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El ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, pidió a media tarde de este miércoles al Fondo Monetario Internacional (FMI) y a todos sus acreedores institucionales un aplazamiento en el repago de la deuda, tanto en pesos como en dólares, por “dificultades de liquidez”.

Fue el remate de una nueva jornada negra, con la ciudad de Buenos Aires bloqueada por manifestaciones y fuertes turbulencias en los mercados financieros. Con el dólar por encima de 60 pesos, el Banco Central se vio obligado a adoptar medidas de emergencia para frenar la depreciación de la moneda: restringió la financiación en pesos a las grandes empresas exportadoras, para forzarlas a vender divisas.

Lacunza aseguró que Argentina seguía siendo solvente, pero reconoció que no tenía dinero en caja. “La mayor tensión política y económica” desde las elecciones primarias, en las que el candidato peronista Alberto Fernández venció con holgura, “afectó a la estabilidad cambiaria”, dijo el ministro.

La petición de auxilio formulada por el gobierno argentino fue el resultado de una doble crisis, política y económica. Desde la dura derrota del gobierno en las elecciones primarias, sin otro valor que el puramente indicativo, se dio por casi seguro que el próximo presidente sería el peronista Alberto Fernández. Eso dejó a Mauricio Macri en una situación muy incómoda. No hay vacío de poder porque Macri sigue ahí, pero resulta muy perceptible la impotencia gubernamental ante una situación angustiosa y de múltiples facetas.

A la crispación de quienes sienten horror ante un retorno del kirchnerismo y a las dificultades generales de la ciudadanía, agobiada por una inflación galopante (de nuevo por encima del 50% anual) y un desempleo superior al 10%, se suman la falta de confianza de los inversores y la sensación, muy extendida, de que en el futuro próximo las cosas solo pueden empeorar.