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Los comentarios del subsecretario del Interior, Jorge Vázquez, sobre el asesinato cruel, virtual ejecución a sangre fría de un policía en una rapiña registrada en la primera media hora de la madrugada del pasado lunes, mientras cumplía funciones de seguridad en una pizzería de Pocitos, Montevideo, han generado críticas y repudio en la mayor parte de los uruguayos. Porque Vázquez, tras brevemente considerar lo luctuoso del hecho, apuntó a que el agente ultimado estaba cumpliendo tareas de seguridad en forma irregular y que por tanto su tarea no estaba “autorizada” por el Ministerio del Interior.

Tras ello, pasó a apuntar al empresario del negocio gastronómico, a quien prácticamente le advirtió de que se iba a investigar como había contratado al agente y que si fue para una tarea de seguridad, habían quebrantado normas que deben respetarse si o si. Del delincuente criminal, que actuó salvajemente cobrando una vida, nada dijo. ¿No le importó, no le interesa?

Todo lo dicho por el numero dos del ministerio del interior, son por lo tanto, desde nuestro punto de vista, cuestionables. Porque primero que nada, se olvidó- y justamente en él, un “luchador social” de la izquierda revolucionaria de los años 60, de algo fundamental. Hablamos de la vida. Única, invalorable, para ese agente caído que para ganarse unos pesos más y llegar a fin de mes, acordó brindar seguridad a esa pizzería y local de comidas rápidas. Vázquez, cayó en el pecado de la soberbia, de no tener en cuenta que un político o gobernante – como es su caso - debe ser sensible y respetuoso en su accionar y decir.

Tras el crimen -sus declaraciones- desarrolladas ante un escenario sin duda de alta sensibilidad y crispación, como es el asesinato de un defensor de la Ley, no aporta nada explicando en que circunstancias se encontraba en ese trágico momento el Policía. Personalmente – y no creemos estar errados – las manifestaciones realizadas por Jorge Vázquez, conocido en sus años mozos de los años 60 como integrante del Movimiento Revolucionario Oriental (MOR) e integrante de la banda que robo la bandera original de los “33 Orientales”, dejan traslucir, un sentimiento reprimido hacia quienes en el pasado fueron sus acérrimos perseguidores. Es decir los agentes del orden, en este caso, un simple clase de la Policía Nacional.

Que haya cuestionado que estuviera haciendo “horas extras” en forma particular, llama la atención. Porque según lo expresa la carta orgánica de la Policía Uruguaya y siempre que puede lo resalta el Ministerio del Interior, el funcionario policial no deja de serlo nunca, en las 24 horas del día. Es más, está establecido, que entre sus obligaciones, más allá de estar de servicio o franco, siempre debe actuar, intervenir, en caso de presenciar o que se desarrolle ante su persona, un hecho delictivo, una emergencia, porque nada lo exime de proteger a la seguridad pública o de asistir a alguien en situación de emergencia.

Ante este hecho luctuoso, lamentable que se dio, este sub secretario de Interior, se preocupó mas por la situación que según su especial y reglamentaria óptica viola una norma administrativa que por la tragedia tremenda de la muerte, una real ejecución, según se ha podido ver en las imágenes de una cámara de seguridad del establecimiento asaltado. Porque al parecer, el agente, respetando las instrucciones de cómo accionar ante un enfrentamiento directo con un delincuente, trató de dialogar y si bien tenía en su mano apuntando al suelo su pistola, nunca llegó a apuntar al delincuente que le disparó dos balazos a quemarropa, con impacto en el tórax y en el cráneo, último proyectil, que le produjo una muerte instantánea. Quedó en evidencia, que en la emergencia, pensando en la seguridad de la gente que estaba aun en el local, declinó tirotearse con el delincuente. Tampoco eso considero o valoró Vázquez.

Seguramente ,  si hubiese aprehendido al delincuente o hubiese asistido a una parturienta en la calle, Vázquez, habría realizado un discurso rimbombante destacando "la labor de un funcionario que -aun sin estar en servicio- enalteció al instituto policial". Eso sí es demagogia,  que se transforma en hipocresía, cuando ante esta muerte se  trata de cuestionar a quien perdió la vida. Y todo esto, se da antes un país, donde la vida vale poco o nada, y donde la delincuencia crece como la pobreza, a pasos agigantados, faltando el empleo y una inflación que lleva los alimentos a precios prohibitivos… 

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