Política de placitas, viajes y selfies
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Por Jorge Pignataro
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jpignataro@laprensa.com.uy

Yo no sé si en todos lados es igual, o es solo un tema de Salto. Pero lo cierto es que en los últimos años, los salteños hemos asistido a un fenómeno comunicacional que parece haberse instalado de manera casi irreversible en la política local: la sobredimensión de los pequeños logros. Recuerdo con claridad cómo durante el gobierno departamental de Andrés Lima algunos jerarcas promocionaban con entusiasmo casi desmedido la inauguración de una placita o, incluso, la colocación de un simple foco de alumbrado público. Era frecuente ver publicaciones, fotos, discursos y hasta entrevistas dedicadas a cuestiones que, siendo sinceros, forman parte de lo que cualquier administración debería garantizar como parte de su trabajo más básico y cotidiano. La estrategia era clara: insistir en la difusión de cada detalle para provocar la sensación de que se hacía mucho. Pero los ciudadanos no somos ingenuos. Sabemos que cuando algo se anuncia con tanto despliegue, esperamos que sea algo más trascendente, no una acción rutinaria presentada como si fuera una gran conquista. Lo llamativo es que, con el cambio de gobierno, uno podría haber esperado un cambio también en las formas de comunicar. Sin embargo, la impresión es que nada ha cambiado.
En estos primeros meses de la gestión de Carlos Albisu, parece repetirse la misma práctica: promocionar absolutamente todo como si fuese de enorme importancia. Y no me refiero a la comunicación oficial que hacen los medios tradicionales sobre asuntos de interés público (como puede ser un corte de tránsito, un cambio en el recorrido de ómnibus o un horario especial de algún servicio), porque en esos casos, debo reconocer, se trata de información realmente útil para la comunidad. Hablo, más bien, de lo que los jerarcas eligen difundir en sus redes personales: publicaciones diarias de actividades corrientes, selfies en cada acto o encuentro, y anuncios que parecen redactados como si estuviéramos poco menos que ante revelaciones históricas.
Es curioso, porque durante la administración Lima muchos criticaban esta costumbre. Sin embargo, ahora que el gobierno cambió de color político, la misma práctica se repite, con la diferencia de que ahora quienes antes señalaban el problema lo ejercen sin rubor alguno. Y lo que es peor: se publicitan hechos que en realidad siempre existieron. Se habla de visitas de escolares a un museo como si fuera una novedad, cuando todos sabemos que eso ocurre de manera habitual desde hace décadas. ¿Cuál es el mérito de anunciarlo como si fuera un logro de gestión? Lo que verdaderamente importaría es que se reabran los demás museos que permanecen cerrados y olvidados, porque eso sí significaría una decisión de fondo.
Otro ejemplo: ¿qué sentido tiene promocionar que se colocó un farol en una calle determinada? Lo que la gente espera (y necesita) es que se mejore la iluminación de todo un barrio, que se planifique de manera integral y no con parches aislados. Eso sí sería motivo de orgullo y de difusión. Lo mismo pasa con los viajes de los jerarcas. No interesa ver fotos del funcionario en el aeropuerto o arriba del auto en plena ruta, o en un evento nacional, internacional, o tal vez del interior del departamento; lo que interesa, de verdad, son los resultados concretos de esas giras, los beneficios tangibles que le dejarán al departamento.
En definitiva, esta obsesión por mostrarlo todo termina siendo contraproducente. Porque cuando se exagera lo pequeño, lo verdaderamente grande se pierde en la misma vorágine de publicaciones y anuncios. Y lo que la ciudadanía reclama no es un show permanente en redes sociales, sino acciones que transformen la vida cotidiana. Lo demás, seamos sinceros, no deja de ser, como dicen los gurises, puro humo.
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