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Luis Alberto Paccot Castillo, es el empresario que gestiona el Residencial El Salteñito, que se encuentra en su primera década, y que al extenderse a un anexo, se convirtió en el más importante del departamento. Este emprendimiento, nos confiesa Paccot, es el sueño realizado de su inquietud.

Que apunta a un objetivo de servicio y cuidados, para lo que se capacitó y perfeccionó en la Universidad de Santa Fe, Argentina, en Dirección de Centros y Servicios Gerontológicos. Algo en lo que le acompañó su esposa Mary Escobar, quien siempre apuntó a mejorar el servicio, acompañando y cursando también ella, los cursos especializados que realizaron para profesionalizarse.

La detectada vocación de cuidar y brindar afecto

Reconoce, que su vocación por el cuidado, se le despertó, cuando por esas circunstancias de la vida, debió acompañar a un familiar cercano. Este se encontraba  internado en un geriátrico, donde comprobó con dolor que no se le brindaba una atención adecuada en calidad de vida, a lo que se sumaba la ausencia de un trato afectuoso y cordial. Situación que le generó preocupación e inquietud, porque al actuar con bondad, recibió inesperadas muestras de afecto y reconocimiento que no esperaba ni buscaba. Por eso, cuando supo que ese geriátrico se vendía no dudo en interesarse, sin medir en forma inconsciente porque no tenía ahorros que avalaran y posibilitaron la compra de la llave ofrecida. Ante la premura de que debía realizar una primera entrega de dos mil dólares, con esos 31 años de ese momento, no dudó en desprenderse de su auto: un Renault 18. Venta que pese a algunas consultas no se concretaba, mientras los días  avanzaban y el plazo para hacer efectiva el primer pago se acortaba y bien sabía que sin dinero el negocio no se concretaba. Todo ello, le generó estrés.

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Y cuando ya parecía  imposible de cerrar el negocio, un sábado a primeras horas de la tarde, una señora que ya había estado mirando el auto, con su esposo, llegaron para testearlo, prometiendo que si les satisfacía el funcionamiento, lo compraban inmediatamente. El auto, funcionó como nunca, como si una ayuda celestial le hubiera tocado. Así accedió a los dos mil dólares y de inmediato,  realizó el pago. Ya era el dueño de la residencial. Su entorno familiar y círculo de amigos, no lo alentaron en un principio mucho. “Por algo lo vende su dueño. Mira que la rentabilidad es mínima” “Es una responsabilidad y un sacrificio muy grande atender un geriátrico”. Pero “Lalo”, como los íntimos le llaman, a nadie escuchó.  Para él regía una máxima: “El soñador no entiende de negocios, de costos, solo planifica para lograr su sueño, y llegar a su meta”. “En ese momento, mi sueño era brindar una mejor calidad de vida a los “abuelos”, esos  adultos mayores, que yo comprobé, que mientras a muchos molestaban a mí me generaban cariño y deseos de asistir, atender como realmente se merecían.”

El rubro “Residencial” es muy castigado

“No es un secreto para nadie que la gestión de los servicios residenciales y para los adultos mayores, es un rubro difícil, porque exige dedicación, buena onda y atender a ancianos que pueden ser problemáticos, especialmente si sienten que sus seres queridos los han abandonado. Mi idea y objetivo diario apuntó desde el principio a cambiar esa  situación y en especial la actitud de quienes deben atender, asistir e higienizar, alimentar y auxiliar al adulto mayor que tenemos a nuestro cargo.  Ello implica -ahora sí lo reconoce- un desafío y grandes sacrificios. “Especialmente para mí que en ese momento era un novato con muchas ganas de trabajar, de hacer las cosas bien, y cuya experiencia era la de haber sido testigo de acciones erróneas, de maltratos, que yo no quería se dieran en mi residencia. Comencé corrigiendo ciertos tratos, lo que me dió varios dolores de cabeza y choques con mis asistentes. Pero ahora, con la perspectiva que dan los años y el avance logrado, sé que estaba bien orientado, aunque me faltaba aprender mucho. En base a ello, logre el nivel de atención, de cuidados que soñé. Algo que genera satisfacciones que lo material nunca brindará.

Superando obstáculos y malas jugadas

Mis comienzos en la gestión de la residencia, ubicada en ese momento en calle Uruguay al 1900, comenzó el 10 de octubre del 2010 y al 1º de noviembre siguiente, me sorprendió la notificación de un desalojo, con un plazo de solo 20 días para mudarnos. A esa situación complicada, se le sumó otra. Se nos cortaron los servicios de UTE y OSE, por deudas acumuladas por el anterior propietario. Todo exigía soluciones rápidas. Pero faltaba la peor sorpresa. La primera mensualidad para mi firma, había sido cobrada anticipadamente antes de que se me entregaran el negocio. Confieso que pensé que no tenía salida. Pero lejos de entregarme, decidí enfrentar la adversidad. La ayuda para salvar la situación surgió de mi madre, sin que se lo solicitara. Al enterarse, me ofreció y me prestó el dinero para poder atender lo mas urgente: asegurar los desayunos, almuerzos, meriendas y cena. Era lo que más me desvelaba. Yo no podía  caer en brindar una alimentación limitada y repetida, polenta todos los días. Utilizando un ciclomotor, Vespa Ciao, me organice y comencé a hacer los surtidos y planifique una dieta, basada en carne, verduras, huevos, leche, pan. También me hice cargo de la cocina, servía y limpiaba. Era un momento muy duro y había que salir del paso. Y salimos.

Un empresario solidario y muy humano. Para esta historia de vida, tuvimos dos aportes inesperados. Marisol Motta, trabaja en la residencia y es madre de un niño de 11 años, que desde los tres meses de vida, viene siendo sometido a intervenciones quirúrgicas. “Lalo” Pacot, conoció su situación, mediante una publicación de esta señora en Facebook y le financió su viaje y estadía a Montevideo, en una de sus operaciones. Luego, le ofreció trabajar con él, lo que le ha permitido vivir y atender adecuadamente a su hijo. Por su parte, Ana Laura Manisse, expresó también su agradecimiento por integrar un equipo de trabajo, donde hay respeto, consideración y  contención.

Nuevo nombre, nueva sede

Pasé a arrendar una casa en calle Belén 290, que brindaba las comodidades básicas y allí estuvimos dos años. Nueva casa, pensé, nuevo nombre. Así pasó de ser “Gran Abuelo” a “Residencial El Salteñito”. Quería un cambio de imagen y ganar prestigio. Algo que logramos, en base a buenos cuidados y mejor servicio. En solo dos años,  nuestros esfuerzos y sacrificios comenzaron a dar frutos. Reconozco en esa etapa, como al presente, que me acompañan asistentes, compañeros de trabajo, que se brindan y aportan lo mejor. Gracias a ello, se fueron sumando nuevos huéspedes y el 1º de mayo de 2012, nos debimos mudar a una casa más grande, más cómoda.  Llegamos a esa casa bajo un temporal de lluvia, pero la alegría y el entusiasmo reinó en ese día. En esa céntrica sede, también se siguió dando el crecimiento y es así que en el año 2016, debimos organizar un Anexo, que se ubica en Asencio 336. Allí implantamos el mismo servicio, el mismo programa alimenticio que se da en la casa central y ofrecemos un multiproducto de variadas actividades de recreación. 

Mirando lo logrado nos proyectamos al futuro

Hoy  estoy  orgulloso de lo logrado y pienso que aún no llegamos al techo de nuestras posibilidades. El esfuerzo y el triunfo, ha sido de un equipo y  gracias a ello, estamos celebrando 10 años de vida y trayectoria. En esta década ha pasado de todo,  pero hemos logrado superar todos los problemas y tenemos un apoyo importante de la gente, de los familiares de estos abuelos que atendemos y cuidamos. Por eso, valoro a mi esposa Mary que en un 80% trabajó para este éxito empresarial en base a buenos cuidados, que comienza por quien está en el residencial y sus familiares, que naturalmente exige lo mejor para su ser querido. Por eso, no me quiero olvidar de  Ivonne, Shirley y Odilia que encaran el trabajo diario, con responsabilidad y brindando  mucho afecto. El equipo es parte del éxito. La vida me ha cruzado con  gente que tienen el don de buenas personas, una es mi tío Washington Paccot “Chacho” que ha cumplido el rol de padre, es un ser especial, siempre está presente para extenderme una mano, vaya también mi reconocimiento a mi compadre y socio Eduardo Avellanal, es un hermano y a los residentes y sus  familiares por su apoyo y confianza. Un agradecimiento especial con mucho amor a mis hijos Milagros y Luisito que nos acompañan con mucho amor formando una familia hermosa, lo que ayuda siempre a seguir firme.

Milagros y Luisito, hijos de Mary y Luis

 

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