El fútbol uruguayo, rehén de la violencia
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Por José Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy

Una bengala bastó para volver a encender un debate que hace años debería haber pasado al terreno de las soluciones. Una bengala, lanzada desde la tribuna Colombes durante el clásico del domingo, entre Nacional y Peñarol, cayó sobre la bancada de prensa del Estadio Centenario y terminó hiriendo en forma grave a un funcionario policial en un hecho tan previsible como indignante. El episodio no es una anécdota más ni puede ser explicado como parte del “folclore” del fútbol. Es, simplemente, violencia. Una violencia enquistada, normalizada y sostenida por omisiones, miradas cómplices y un sistema incapaz —o quizás poco interesado— en erradicarla de una vez por todas.
¿Qué hay de festivo en lanzar explosivos sobre la gente? ¿Qué puede tener de tradicional una bomba que lesiona a un trabajador que solo cumple con su deber? ¿En qué momento confundimos pasión con barbarie? Las preguntas se repiten cada vez que ocurre un hecho como este. Y lamentablemente, las respuestas siguen sin llegar.
No es la primera vez, ni será la última si no se actúa con la firmeza necesaria.
Lo grave no es solo el incidente puntual, sino que forma parte de un patrón que se repite en cada clásico, en cada partido importante, en cada disciplina donde las pasiones mal entendidas superan al sentido común. En lugar de un espectáculo familiar, el fútbol uruguayo se ha convertido en un escenario de riesgo. Hoy fue una bengala, ayer fueron pedradas en los ómnibus de los jugadores, mañana será —si seguimos cruzados de brazos— una tragedia mayor.
La violencia en el deporte uruguayo tiene múltiples responsables. Comienza en las hinchadas radicalizadas, que operan con una lógica de confrontación más cercana al campo de batalla que a una cancha. Pero no termina ahí. Se alimenta del silencio institucional, del cálculo político de algunos dirigentes que prefieren no perder votos antes que enfrentar a los violentos. Se sostiene en el show mediático que agita la grieta, en los operativos de seguridad que a veces fallan en lo básico, en la ausencia de sanciones ejemplares que realmente disuadan a los agresores.
El operativo del clásico volvió a fallar. A pesar de los controles, una bengala terminó en la bancada de prensa, un área que debería ser de las más protegidas del estadio. ¿Cómo entró? ¿Quién la lanzó? ¿Dónde estaban los mecanismos de control? ¿Qué responsabilidad tienen los clubes cuando estos hechos se repiten en sus tribunas? Las investigaciones deberán responder esas preguntas, pero el Estado, la AUF y los propios clubes no pueden seguir confiando en comisiones y promesas. Lo que se necesita es acción.
La violencia en el deporte no es inevitable. Existen modelos en el mundo que han logrado reducirla significativamente mediante una combinación de tecnología, endurecimiento de penas, identificación de barras y —sobre todo— voluntad política. Uruguay no puede seguir postergando estas decisiones. Porque si la fiesta del fútbol sigue siendo una excusa para el caos, cada partido será una ruleta rusa.
Como alguien dijo con razón tras el incidente: “Esto no tiene nada de folclore”. Y ese debe ser el punto de partida. Des romantizar la violencia, deslegitimar su presencia en los estadios, asumir que el fútbol no puede seguir siendo rehén de unos pocos que usan camisetas para encubrir conductas criminales. Lo que está en juego no es solo la seguridad de un agente, un periodista o un jugador. Está en juego el deporte como espacio de encuentro, de identidad y de alegría compartida.
No hay más tiempo para discursos vacíos. O se actúa, o se acepta que el fútbol uruguayo —como espectáculo, como pasión y como bien cultural— ha sido secuestrado por la violencia. Y en ese caso, la bengala no solo quemó una tribuna: prendió fuego nuestra indiferencia.
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