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La participación del Canciller Mario Lubetkin, en la cumbre del Mercosur celebrada en Buenos Aires, dejó un tono optimista respecto a la apertura de nuevos mercados para el bloque regional. Nuestro Canciller, habló de una “gran apertura” hacia acuerdos de libre comercio con la Unión Europea, la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) y los Emiratos Árabes Unidos. La posibilidad de acceder a un mercado de más de 800 millones de personas es, sin duda, una buena noticia para Uruguay y para los países del Mercosur. Pero el entusiasmo diplomático no puede hacernos olvidar la historia reciente: las buenas intenciones, por sí solas, no alcanzan.

Desde hace años, los anuncios sobre tratados comerciales en el ámbito del Mercosur se repiten con entusiasmo similar. Sin embargo, las concreciones han sido escasas y lentas. El acuerdo con la Unión Europea, por ejemplo, lleva más de dos décadas de negociaciones, y aunque recientemente se ha retomado con impulso renovado, su ratificación en el Parlamento Europeo sigue siendo incierta. Se espera que avance en el segundo semestre de este año, pero los obstáculos internos dentro del bloque europeo, particularmente el proteccionismo agrícola de países como Francia, pueden seguir dilatando su aprobación.

Algo similar ocurre con los acuerdos en negociación con la EFTA y los Emiratos Árabes Unidos. Aunque el horizonte trazado —concretarlos antes de la próxima cumbre del Mercosur en diciembre— suena alentador, la experiencia obliga a la cautela. Las tratativas comerciales en el marco del Mercosur suelen encallarse no solo por dificultades externas, sino por la falta de cohesión interna entre los socios del bloque. La asimetría entre los países más grandes, como Brasil y Argentina, y los más pequeños, como Uruguay y Paraguay, ha generado tensiones permanentes. Las decisiones estratégicas suelen responder más a los intereses internos de las grandes economías que a una lógica de integración regional real y efectiva.

El proteccionismo global también es un factor que no puede subestimarse. Estados Unidos, aún con voluntad de renegociar algunos aspectos de su política arancelaria, sigue sosteniendo la doctrina del "America First". Europa, por su parte, ha dado señales contradictorias: promueve acuerdos pero, al mismo tiempo, fortalece barreras no arancelarias. En ese contexto, la verdadera apertura de mercados no solo depende de la voluntad del Mercosur, sino de un escenario internacional cada vez más complejo y volátil. Uruguay tiene razones para apostar al comercio exterior. Es una economía abierta, y dependiente de sus exportaciones. Pero también debe ser realista: mientras el Mercosur no se ordene internamente y no deje de ser rehén de los vaivenes políticos y económicos de sus socios mayores, difícilmente podrá posicionarse como un interlocutor sólido y confiable en el mundo.

Por eso, el mensaje principal, debería ser uno de realismo pragmático. Celebrar los avances diplomáticos es justo, pero el foco debe estar en concretar. Y más importante aún, en asegurar que estos acuerdos beneficien realmente a nuestros productores, a nuestras empresas y a nuestros trabajadores. El Mercosur no puede seguir siendo una estructura burocrática que multiplica cumbres y declaraciones, mientras posterga decisiones claves. Que esta vez sea distinto. Que la diplomacia no termine en fotos sonrientes, sino en tratados firmados, ratificados y efectivos. Porque, como bien se dice, lo importante no es prometer el futuro, sino realizarlo.

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