El naufragio de Lima y sus consecuencias en el FA
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Por José Pedro Cardozo
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La política salteña vuelve a ofrecer un espectáculo digno de un guion de tragicomedia, con el Frente Amplio como protagonista principal y el ex intendente Andrés Lima como figura estelar de un declive anunciado. El sector Encuentro Federal Artiguista (ENFA), que él mismo fundó y que alguna vez le dio aire de liderazgo departamental y buscada proyección nacional, hoy exhibe las grietas de una estructura sostenida más por ambiciones personales que por convicciones colectivas. La reciente desvinculación pública de Mario Furtado —edil, coordinador de bancada y hasta ayer hombre de confianza— confirma lo que se venía murmurando: el proyecto de Lima se derrumba desde adentro.
El episodio tiene un peso simbólico que no puede minimizarse. Furtado no es un militante más; es un dirigente de relevancia que, con nombre y apellido, acusó a Lima de “mentir” y lo señaló como un obstáculo para la renovación del Frente Amplio en el departamento. Y lo dijo sin matices, en un programa radial donde dejó claro que “lo mejor que le puede pasar al FA es que Lima se aleje de la política”. Una frase que, de tan brutal, retumba más fuerte que cualquier discurso opositor. El ataque no viene de enfrente, sino de su propia tropa.
La fractura interna revela, además, la verdadera dimensión del fracaso de Lima. El ex intendente alimentó durante años la ilusión de convertirse en presidenciable o, al menos, en figura de peso en el Senado. No alcanzó ninguna de esas metas, y en el camino hipotecó la gestión departamental. Gobernó con la mirada puesta en Montevideo, no en Salto, desatendiendo necesidades básicas de la población que lo eligió. En vez de legado, dejó cuentas pendientes, divisiones y una estructura política que se sostiene apenas por inercia. Hoy, los mismos que lo acompañaron en esa aventura empiezan a desmarcarse, quizá tarde, pero con un oportunismo político que no sorprende.
El caso de Furtado ilustra esa contradicción. Durante años fue parte del engranaje limista y ahora pretende erigirse en adalid de la renovación. La crítica suena justa, pero también cínica: ¿acaso no compartió y defendió decisiones de la misma gestión que hoy repudia? La fractura no solo desnuda el desgaste del liderazgo de Lima, sino también la fragilidad de una estructura política que funcionó más como club personalista que como espacio colectivo.
Lo cierto es que el Frente Amplio en Salto está pagando el precio de haberse entregado a los sueños de grandeza de un dirigente que confundió la administración departamental con una plataforma personal. Lima dejó de gobernar para los salteños y gobernó para su proyecto, que hoy es un cúmulo de derrotas. El Frente Amplio, que supo ser la primera fuerza del departamento, se encuentra debilitado, dividido y sin rumbo claro. La imagen de renovación que intentan instalar figuras como Furtado, Elbio Machado y Eduardo Varela enfrenta un desafío enorme: cómo reconstruir un movimiento que perdió credibilidad en manos de un liderazgo que terminó siendo un lastre.
Lo más grave es que este espectáculo de rencillas internas ocurre mientras el departamento arrastra problemas estructurales que requieren respuestas urgentes: empleo, vivienda, servicios básicos. En vez de dar la talla, el Frente Amplio se enreda en disputas intestinas, incapaz de mirar más allá de sus cuentas internas. Y cada división, cada acusación pública, no hace más que reforzar la idea de un partido que en Salto perdió el sentido de misión.
La salida de Furtado del círculo de Lima no es solo un episodio personal. Es la confirmación de que el liderazgo de Andrés Lima se desmoronó y que su proyecto político llegó al final del recorrido. El Frente Amplio en Salto enfrenta un dilema: seguir atado a la figura de un dirigente desgastado o apostar, de verdad, a una renovación que no sea solo un cambio de nombres, sino una reconstrucción de la credibilidad perdida. Porque si algo quedó claro en esta interna es que los salteños ya no creen en sueños presidenciales ni en aventuras personales: esperan soluciones concretas, compromiso y seriedad. Y eso, precisamente, es lo que el limismo no supo —ni quiso— ofrecer.
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