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El análisis del ministro de Economía, Gabriel Oddone,  del presente y futuro del Mercosur no es una advertencia más, de la siempre compleja política exterior del bloque regional. Es, en realidad, un aviso urgente —y quizás el más claro formulado desde el propio gobierno— sobre un Mercosur tensionado por factores externos y divergencias internas que, si no se atienden con realismo, pueden colocar a Uruguay en una posición de vulnerabilidad estratégica.

Oddone, al hablar ante la Cámara Española de Comercio, describió un escenario que cambia con mayor velocidad que la capacidad del Mercosur para procesarlo. La falta de acuerdo con la Unión Europea, luego de años de negociaciones, se combina con un nuevo eje político y comercial en la región, marcado por el explícito acercamiento entre el presidente argentino Javier Milei y el presidente estadounidense Donald Trump, y por la simultánea búsqueda de Brasil de un vínculo más directo y favorable con Washington. Ese doble alineamiento norte–sur reconfigura la influencia dentro del bloque y tensiona su cohesión como no ocurría desde la crisis de principios de los años 2000.

En ese marco, la advertencia del ministro es precisa: Uruguay debe esforzarse para que el Mercosur siga siendo una realidad funcional. Oddone subraya que, pese a las diferencias ideológicas entre Brasil y Argentina, ambos siguen reconociendo al bloque como un espacio estratégico. Pero también señala que en los próximos siete meses pueden suceder acontecimientos que no se han visto en los últimos cinco años, una forma sutil de decir que la región ingresa en una etapa de reacomodos rápidos y con consecuencias inciertas.

Uruguay, que depende en gran medida de acceder a mercados ampliados y reglas claras, queda atrapado en un dilema: continuar apostando por el Mercosur, que hoy luce más dividido que nunca, o profundizar la búsqueda de acuerdos que el propio bloque no ha logrado concretar. En este punto, Oddone es tajante: el acuerdo Mercosur–Unión Europea sería una apertura de mercados crucial y una oportunidad histórica. De no concretarse, la cohesión del bloque quedaría aún más debilitada en un mundo donde los acuerdos comerciales son tanto escudos económicos como herramientas geopolíticas.

El ministro, sin embargo, mantiene cierto optimismo al afirmar que 2026 podría ser el año en que finalmente el acuerdo con la Unión Europea prospere. Pero su optimismo es condicionado: falta superar “instancias políticas relevantes”, un eufemismo que abarca desde resistencias internas en Europa hasta los cambios de enfoque en Brasil y Argentina.

El otro punto crítico del análisis de Oddone es el acercamiento estratégico entre Buenos Aires y Washington. Para él, este escenario será distinto según exista o no un acuerdo Mercosur–UE. Con acuerdo, el bloque puede afrontar ese reordenamiento con mayor fortaleza. Sin él, Argentina tendrá incentivos para buscar acuerdos bilaterales que vuelvan obsoleto el marco conjunto del Mercosur. Y en ese contexto, Uruguay corre el riesgo de quedar aislado o subordinado a decisiones ajenas.

Oddone no lo dice explícitamente, pero su mensaje subyacente es claro: la región vive una reconfiguración acelerada de alianzas, y Uruguay no puede actuar como si los equilibrios tradicionales del Mercosur permanecieran inalterables. Tampoco puede resignarse a un bloque que no avanza ni a un orden internacional que premia la agilidad y penaliza la indecisión.

El llamado de atención está hecho. Lo que está en juego no es solo un acuerdo comercial, sino la capacidad de Uruguay para insertarse en un mundo competitivo, en un Mercosur que ya no es el de ayer y en un escenario hemisférico donde las alianzas se reescriben con una velocidad inédita. El país deberá actuar con prudencia, pero también con decisión, si no quiere despertarse tarde a una geografía política donde ya no tenga espacio para negociar su propio destino. 

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