Hablemos del respeto por las aguas
- Por Angélica Gregorihk

El verano trae consigo días de sol, calor, vacaciones y para muchos, la oportunidad de disfrutar del agua en sus diversas formas, playas, ríos, lagunas, arroyos y hasta piscinas. Sin embargo, cada temporada estival también deja un saldo doloroso de tragedias que pudieron haberse evitado. La negligencia, combinada con la falta de conciencia y respeto por la naturaleza, ha cobrado demasiadas vidas jóvenes. Por eso, como padres, amigos o familiares, es nuestra responsabilidad inculcar a los más jóvenes la importancia del respeto hacia el mar, los ríos y cualquier cuerpo de agua.
Hablar con nuestros hijos sobre estos temas puede parecer algo lógico o incluso innecesario. "Ellos ya lo saben", podríamos pensar. Pero la realidad demuestra lo contrario. Cada año nos encontramos con informes desgarradores sobre jóvenes que pierden la vida al aventurarse en zonas peligrosas o inhabilitadas para nadar. El denominador común suele ser la confianza excesiva en sus habilidades o la falta de información sobre los riesgos.
La conversación sobre la seguridad en el agua no es solo una charla más, sino una herramienta crucial para prevenir tragedias. Es necesario recalcar desde niños que incluso los nadadores más experimentados no están exentos de riesgos. Las corrientes, los cambios repentinos en la profundidad o la presencia de objetos ocultos pueden convertir un día de diversión en una pesadilla.
Además, es fundamental insistir en que nunca deben ingresar a zonas no habilitadas para el baño. Si un lugar no está supervisado o señalizado como seguro, hay una razón detrás de ello: las condiciones del agua pueden ser traicioneras. Incluso si parecen tranquilas a simple vista, pueden esconder peligros invisibles.
Esta conversación debe ser clara y directa, pero también empática. No se trata de infundir miedo, sino de generar conciencia. Explicarles que el respeto por el agua no solo es una cuestión de precaución personal, sino también un acto de responsabilidad hacia quienes los rodean. En muchos casos, los intentos de rescate de amigos o familiares terminan en tragedias mayores, como sucedió en los primeros días de enero en Punta del Este, cuando un joven ingresó al agua para ayudar a una amiga que no podía salir por sus propios medios. Lamentablemente, el que no pudo salir fue él. Su cuerpo fue encontrado dos días después; era argentino y tenía apenas 30 años. Ingresó al mar en una zona prohibida para bañarse debido a la presencia de piedras y corrientes de retorno.
Hablar no es suficiente si no se complementa con educación práctica. Si tus hijos o allegados disfrutan de actividades acuáticas, invítales a participar en cursos de natación y primeros auxilios. Estas herramientas no solo les brindarán mayor seguridad, sino que también los ayudarán a comprender los riesgos reales asociados al agua.
Uno de los puntos más importantes de esta charla es que quede grabada en la memoria. Que sea una conversación que regrese a sus mentes cada vez que se encuentren frente al mar, un río o un arroyo. Que el recuerdo de esas palabras actúe como una alerta, como un recordatorio de la importancia de tomar decisiones responsables.
Las aguas, aunque hermosas y revitalizantes, merecen respeto. No se trata de prohibir disfrutar del verano, sino de enseñar a hacerlo con prudencia. Hablar sobre estos temas puede parecer un gesto pequeño, pero las palabras tienen un poder inmenso cuando se pronuncian con amor y propósito.
Como sociedad, debemos dejar de normalizar las tragedias estivales como si fueran inevitables. Podemos prevenirlas si actuamos con responsabilidad y compromiso. Vayamos a disfrutar del agua teniendo en cuenta los riesgos, compartiendo historias reales y recalcando la importancia de respetar señales y recomendaciones.
No dejemos que la negligencia gane terreno. Hablemos, enseñemos y, sobre todo, cuidemos. El respeto por el agua no es solo una enseñanza, es un legado que salva vidas.
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