Lo mejor es tomarse tiempo
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Por Dr. Pedro Bordaberry
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Senador de la República

“Vísteme despacio, que estoy apurado”. La frase, atribuida a Napoleón y a Fernando VII, encierra una enseñanza sencilla: en los momentos de mayor prisa conviene actuar con calma. La precipitación suele llevar a errores que terminan costando más tiempo que el que pretendíamos ahorrar. Esa enseñanza es útil hoy, cuando se discute el proyecto de ley de presupuesto nacional. Los plazos constitucionales imponen apuro, pero no debemos sacrificar la calidad de las decisiones. En particular, tres aspectos merecen especial cuidado: el levantamiento del secreto bancario, el impuesto mínimo global y la tributación de rentas en el exterior.
El secreto bancario ha sido un sello del país y, con sus controles, parte de la seguridad jurídica que distingue a Uruguay. Se propone ahora que la autorización judicial deje de ser necesaria para levantarlo, tanto a pedido de fiscos extranjeros como de la propia DGI.
El planteo responde a críticas externas a la demora judicial. La solución es excesiva. En un Estado de Derecho, que un magistrado intervenga es una garantía, no un obstáculo. Si el problema es la demora, pueden establecerse plazos más cortos. Si un juez decide que es improcedente levantar el secreto, corresponde respetar. Quitar esa instancia genera inseguridad, no certeza.
El segundo es el llamado impuesto mínimo global. La intención es alinearse con una tendencia internacional. No está claro ni cuánto recaudará ni cuáles serán sus consecuencias. Países como Estados Unidos, China e India lo rechazan. El canciller de Alemania fue contundente hace un mes: el impuesto no tiene futuro sin Estados Unidos. Propone suspenderlo.
En Uruguay, además, su aplicación genera dudas sobre las zonas francas. Estas han sido política de Estado durante más de un siglo, desde que el presidente Serrato las instaurara en Colonia y Nueva Palmira y que la ley de 1987 consolidó exitosamente. Muchas empresas eligieron instalarse aquí por la exoneración tributaria total, presente y futura. La norma es clara: el Estado ha asegurado por ley las exoneraciones tributarias “bajo su responsabilidad”. Cambiar esas reglas daña la confianza en un instrumento que trajo inversión y trabajo.
Puede afectar actividades que son política de Estado y sello distintivo del país como la ley de promoción de inversiones.
También requiere prudencia la propuesta de volver a modificar la base de las rentas obtenidas en el exterior y el régimen de impatriados. Quienes eligieron residencia fiscal en Uruguay aceptaron reglas claras, con incentivos limitados en el tiempo. Modificarlas afecta no solo a esas personas, sino al propio posicionamiento del país. Otro mensaje de inestabilidad es delegar al Poder Ejecutivo el tipo y monto de las inversiones a exigir.
Los países desarrollados aplican el principio de renta universal: un europeo paga impuestos en su país aunque invierta en Uruguay. Los países de nuestra región defendemos el principio de la fuente: lo que se genera en el territorio se grava en el territorio. Cambiar de criterio supone una renuncia a parte de nuestra soberanía por mas que pueda parecer lo contrario. Ellos son mas grandes y poderosos.
Ante cambios tan trascendentes, lo mejor es dar un paso a la vez. Así se debería separar estos tres temas del presupuesto, aprobar lo demás y analizarlos con más tiempo en la Cámara de Diputados mientras se discute en el Senado.
No se trata de frenar indefinidamente nada, sino que las normas que definen el futuro del país cuenten con estudio. Así se evita generar incertidumbre en sectores que confiaron en Uruguay por su estabilidad y previsibilidad.
Queda pendiente el llamado “impuesto Temu”. Sigue la línea de un dirigismo económico que trae más problemas que soluciones. Prohibiciones a la exportación de ganado, controles de precios, sustitución forzada de importaciones, múltiples tipos de cambio o el dirigismo proteccionista son caminos que fracasaron. En Uruguay y en el mundo.
El presupuesto es la ley más importante que se aprueba cada cinco años. Exige responsabilidad y serenidad. La prisa es comprensible; el error puede ser costoso.
Por eso conviene recordar aquella enseñanza antigua: cuando hay apuro, lo mejor es vestirse despacio.
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