“No voy a trabajar… mataron a mi hermano.”
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Por Pedro Rodríguez
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moviles@laprensa.com.uy
Otra vez la violencia golpeó nuestras puertas. Otra vez una vida se apaga en un barrio de nuestra ciudad. Y aunque parezca que nos estamos acostumbrando, no debemos. No podemos acostumbrarnos. Esta semana un joven fue asesinado, un muchacho de apenas treinta años. Otra familia destruida. Otra noche en la que la violencia nos deja sin palabras. A la madrugada al grupo de whatsapp del diario La Prensa, hubo uno que nos dejó helados: “Buenas noches. Mañana no voy a trabajar… mataron a mi hermano.” Era Santiago.
A Santi lo conocemos todos. Trabaja en el diario, es uno de los diagramadores, siempre dispuesto a dar una mano. De esos compañeros que nunca dicen que no. Si hay que quedarse un rato más, se queda. Si alguien necesita ayuda con la computadora, está ahí. Siempre con buena cara, siempre con respeto. Y cuando termina su jornada, no se va a descansar. Sale de canillita a repartir diarios. Una familia de trabajadores, de esas que sostienen el país desde el esfuerzo silencioso de cada día.
Por eso quiero decirlo con todas las letras: no estigmaticemos a los barrios humildes. No todos son delincuentes. La mayoría, la enorme mayoría, son como la familia de Santiago: gente trabajadora, sencilla, que se levanta temprano, que se gana la vida con esfuerzo y que no le hace mal a nadie. Son familias que viven en los barrios periféricos, con carencias, sí, pero con dignidad, con valores, con sueños, con ganas de salir adelante.
Santiago pasó de arrancar cebollas en una chacra, agachando el lomo bajo el sol, a repartir un diario. Luego aprendió a imprimirlo. Y más tarde, a diagramarlo. Una historia de superación, de esas que emocionan. No es el primer caso así que se da en La Prensa. Me cuentan compañeros, que aquí muchos aprendieron un oficio, se formaron, crecieron con el trabajo y el compromiso como bandera. Por eso, cuando uno atraviesa una tragedia, nos duele a todos.
“No voy a trabajar… mataron a mi hermano.” Esa frase duele en el alma. Porque muestra una realidad brutal: la rutina se quiebra, la vida se detiene, el dolor se hace palabra. Y sin embargo, en ese mismo mensaje está también la responsabilidad, el amor por el trabajo. Santi sabe que el diario tiene que salir igual, que la vida continúa, aunque duela. Pero también nos recuerda algo más profundo: nadie debería tener que escribir una frase así.
Hoy acompañamos a la familia Servedia en su dolor. Y desde este espacio, desde este lugar que compartimos con tantos lectores, levantamos la voz para reflexionar. No podemos normalizar el horror. No podemos mirar para otro lado. No podemos aceptar que cada día haya un muerto más y que todo siga igual.
Que este hecho nos sacuda, que nos duela, que nos despierte. Porque cuando la violencia deja de doler, dejamos de ser humanos. Hoy, más que nunca, recordemos esa frase que debería estremecer a todo un país: “No voy a trabajar… mataron a mi hermano.” Y que en ese dolor encontremos la fuerza para exigir, con respeto pero con firmeza, una sociedad más justa, más segura y más humana.
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