¿Qué nos sucede Vida, qué?
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Por Ramón Fonticiella - Ex Intendente de Salto
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rfonti08@gmail.com

Aunque parezca, no pretendo recordar la canción que lanzó Palito Ortega en 1963: Sabor a nada. Sólo me apropio de una parte de su primer verso, porque sintetiza las interrogantes que en este fin de semana miles de uruguayos y uruguayas exclamaron en micrófonos, redes, conversaciones familiares y cuántos medios se pudo usar. El horror de la tragedia de la familia de Mercedes, cubrió todo el espectro. La gente en general exclamaba. ¿Qué nos está pasando? ¿Hemos enloquecido?...
Me permito preguntarle a la Vida qué nos sucede. No sólo por la desgarradora situación del asesinato de dos niños a manos de su padre, sino por todas las tragedias que el país y el mundo soportan a diario.
El hecho hace poner el grito en el cielo a casi todos, pero lamentablemente muchos con un espíritu agresivo, hacia lo primero que venga: la sociedad, el gobierno, los padres, las madres, la educación, las instituciones. Contra todo, y sin objetivos constructivos, casi siempre con espíritu acusatorio. Resulta doloroso verse en contacto hasta con polémicas, sobre de quién es la culpa institucionalmente, cuando quizás deba ampliarse la mirada conceptual, más allá de las responsabilidades.
Si el mundo, del que somos parte, tuviera una mirada que abarcara algo más que el metro cuadrado de suelo en el que nos paramos, posiblemente algunas situaciones podrían evitarse. Si se trata de fenómenos sociales mucho mayores que las individualidades participantes, quizás políticas familiares, sociales y de Estado, podrían generarse. No se arbitrarían soluciones mágicas, pero podría establecerse contenciones. No hablo por hablar en el vacío, sino llamando la atención a quien quiera. Posiblemente todos podamos aportar algo a mejorar el ámbito de convivencia por lo menos. Lógicamente no se trata de reestructurar ambientes familiares complejos, pero sí de generar mayor bienestar mental a los individuos que padecen problemas.
Es como si a quien se le quebró una pierna, no lo atendiéramos y le dejáramos arrastrarse así por la vida. No podría enfrentar las situaciones más sencillas. Una persona con problemas de salud mental, tiene fracturada la vida afectiva, por ejemplo, y no puede “arrastrarse así por la vida”. No es un descubrimiento; los gobiernos han estado reclamando atención de la salud mental, con poca acción positiva en los últimos años. Los suicidios, algunos espantosos aunque todos acarreen muerte, son otro signo de salud mental alterada. La violencia con heridos y muertos en manifestaciones colectivas como el fútbol, son otro ejemplo de desequilibrio.
Las muertes de este fin de semana golpean en la cara de la sociedad, pero no son una casualidad. Sin credenciales de psicólogo ni sociólogo, creo que son un tristísimo estallido de bombas antisociales que se generan permanentemente en este país y en el mundo. No somos los uruguayos los únicos “desequilibrados”; el mundo chapalea violencia política, económica, genocida y discriminatoria. Sin distinción de latitudes.
Los poco uruguayos que integramos la población mundial, posiblemente debamos esforzarnos por atender nuestra realidad, con entrega y sin egoísmo. No nos agredamos buscando culpables, aún entre amigos. Apoyemos el cuidado de la salud mental. Empezando por casa.
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