Uruguay, entre la felicidad aparente y el dolor silenciado
-
Por Angélica Gregorihk
/
diario@laprensa.com.uy

Cada 17 de julio, Uruguay se detiene a reflexionar sobre una de las problemáticas más complejas, dolorosas y urgentes, el suicidio. El Día Nacional de la Prevención del Suicidio no es simplemente una fecha en el calendario; es una oportunidad para poner sobre la mesa un tema que suele evitarse, a pesar de las cifras alarmantes. En un país que es frecuentemente catalogado como uno de los más seguros y felices de América Latina, la paradoja es tan evidente como inquietante, la tasa de suicidios duplica el promedio regional.
¿Cómo se explica que, mientras somos más seguros, más personas deciden quitarse la vida? El suicidio no tiene una sola causa ni un único rostro. Se trata de un fenómeno profundamente multifactorial, donde lo social, lo estructural, lo biológico y lo emocional se entrelazan en formas difíciles de predecir. Por este motivo, el abordaje debe ser integral, interdisciplinario e intersectorial. No es suficiente con una línea telefónica ni con una campaña cada julio, es necesario un compromiso sostenido durante todo el año, desde todas las áreas del Estado y la sociedad.
Según cifras del Ministerio del Interior, en Uruguay alguien intenta suicidarse cada tres horas. Este dato, que de por sí es estremecedor, es apenas la punta del iceberg. No contempla los casos que nunca llegan a ser registrados, los silencios de los hogares, las luchas internas que se dan en la más absoluta intimidad. Las ideas suicidas suelen estar precedidas por experiencias difíciles de verbalizar, bullying, acoso, violencia familiar, aislamiento. Y en los adolescentes y jóvenes, estos factores se agravan por la falta de espacios donde puedan ser escuchados sin juicio ni estigma.
Las diferencias entre Montevideo y el interior del país también son notorias. Mientras en la capital puede haber mayor acceso a atención psicológica o psiquiátrica, en muchas zonas del interior las consultas son escasas o son demoradas. En un momento de crisis, la espera puede ser letal.
Por eso, la prevención debe comenzar mucho antes del intento, desde los entornos cotidianos como la escuela o la familia. En los centros educativos, por ejemplo, es fundamental construir un clima protector, programas de salud mental, detección temprana de señales de alerta, protocolos de intervención y, sobre todo, coordinación con el sistema de salud. Estar atentos a señales directas como mensajes de despedida, búsquedas sobre métodos para quitarse la vida, autolesiones. Pero también a señales más sutiles, retraimiento, abandono del cuidado personal, descenso del rendimiento, etc. La empatía activa y la intervención temprana pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
También hay una responsabilidad colectiva que nos interpela. No se trata solo de los profesionales de la salud o de la educación. Todos podemos hacer algo, prestar atención, no minimizar el sufrimiento ajeno, ofrecer escucha, acompañar. En una sociedad que muchas veces valora el éxito, la independencia y la productividad por encima del bienestar emocional, hablar de dolor, tristeza o angustia sigue siendo un tabú. Y ese silencio puede ser mortal.
No es cierto que quien piensa en suicidarse quiere morir; muchas veces lo que desea es dejar de sufrir. Y ahí es donde debemos intervenir, mostrando que hay alternativas, que hay salida, que se puede pedir ayuda. Las líneas de atención como el 0800 0767 o el 0800 1920 están disponibles, son gratuitas y confidenciales, y pueden ser el primer paso para alguien que no ve otra opción.
El suicidio se puede prevenir. Pero para lograrlo necesitamos políticas públicas robustas, inversión en salud mental, presencia en el territorio, formación para docentes, profesionales y comunidades. Necesitamos también una transformación cultural, dejar de estigmatizar, aprender a escuchar, valorar la vida incluso en sus momentos más oscuros.
Hablar de suicidio no es promoverlo. Es enfrentarlo. Es asumir que, aunque somos un país feliz en las estadísticas, en nuestras calles, escuelas y hogares hay personas que sufren en silencio. A ellas debemos llegar. Porque cada vida cuenta.
Comentarios potenciados por CComment