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Enterados que el gobierno entregaba tierras, semillas y algo de dinero para los que quisieran trabajar, Erasinchuk se fue a Montevideo caminando- siguiendo las vías del tren para no perderse- con la intención de entrevistarse con las autoridades. Una vez allí, lo recibieron y le otorgaron una parcela cerca de Chapicuy, en Santa Kilda, más dinero suficiente para comprar un caballo, una vaca y dos bolsas de semillas. En esa zona también estaban radicados otros inmigrantes.

Con barro y paja levantaron un rancho con techo de chapas y cueros de vaca traídos por los vecinos.

Con enorme sacrificio trabajaron, recibiendo periódicamente inspectores del gobierno que fiscalizaban el avance de las labores en el campo.

Un vecino de apellido MacCalister- también inmigrante- les dijo a los recién llegados que tenía maíz plantado al otro lado del alambrado y que podían disponer cuanto quisieran para su alimento.

Élida recuerda que su abuela le contaba que nunca habían comido tanto maíz, ya sea hervido, asado, en fin, de todas formas…

A fines de los 40, los “gringos” establecieron una estrecha relación con aquilino Pío.

Juan Erasinchuk compró una finca en calle Rivera 1155 e instaló la pensión “El Porvenir”, que se convirtió en centro de reunión de los inmigrantes, donde todos comían y cantaban en la misma mesa.

Como los “gringos” no tenían casa en la ciudad, se reunían allí recordando su tierra natal.

En esa pensión, Aquilino con su “verdulera”- que en Ucrania le decían “armoshka”- siempre acompañaba las cantarolas con sus polcas y almorzaba con todos los demás comensales.

En 1971 muere la señora de Erasinchuk.

Anteriormente, los inmigrantes eran sepultados en Quebracho o en Queguay.

Fue entonces que los abuelos de Élida se propusieron tener un Cementerio propio en Salto.

Inicialmente, Don Juan fue a hacer las gestiones del caso con el Intendente de la época que era Don Ramón Vinci, con la finalidad de adquirir la parcela donde habían sepultado en tierra a su señora, pero ello no era jurídicamente posible.

Juan Herasimchuk y Baldomero Maksimchuk (y sus hijos Alejandro, Basilio y Jacobo) se veían casi a diario para jugar al “durac” con naipes de póker, reuniéndose con Don Juan Domostoj y Don Juan Salivonchik. En esos encuentros acordaron crear una Asociación Civil para adquirir el predio para un Cementerio y comenzaron a visitar a las distintas familias de inmigrantes para interesarlas en el proyecto.

Una vez que se adquirió la propiedad, trajeron los cuerpos de familiares de Guichón, de Quebracho y de Montevideo para darles sepultura definitiva en tierra.

En este cementerio, por su formación ortodoxa, que es único en el país no existirían ni panteones ni nichos, aunque se admitirían sepulturas de personas provenientes de distintas religiones.

En dicho lugar, con el trabajo y aportes de sus fundadores, se levantaron los muros perimetrales.

Actualmente, los socios de la Asociación civil son unas 360 familias que pagan una cuota simbólica anual para el mantenimiento de la Necrópolis.

El fundador del Cementerio Slaviano solía decir “Mi Iglesia es mi casa, mi Biblia, mi conducta”. “No hay tierras más lindas que las de mi país. No hay trigales que canten más con el viento ni flores que perfumen más que las de mi tierra.” Y le decía a su pequeña nieta “Debes sentirte orgullosa de éste que es tu país- que nos recibió con los brazos abiertos y nos permitió ser unos uruguayos más…”

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