Estuvimos con el Arquitecto José María Gómez, quien nos contó sus vivencias. Este es su relato: Una vez me preguntaron cual era mi característica principal y yo respondí que mi madre murió con 25 años cuando yo tenía un año y medio. No la conocí. Y eso me marcó para toda la vida. La otra persona quedó sorprendida. Es decir que desde siempre, estuve obligado a salvar obstáculos. Tuve madrastra, pero una madrastra no es la madre. La rechacé por mucho tiempo hasta que un día, cuando tenía 27 años decidí hacer borrón y cuenta nueva. Fue cuando perdoné todas las cosas que nos ocurrieron en la niñez y en la vida que tuvimos.

Nosotros trabajábamos en una pensión y hacíamos de todo. Yo era el más chico- tendría unos 10 u 11 años- y era el que lavaba los 14 o 15 escalones de mármol de la casa de Invernizzi 89. Mis hermanos y mis primos éramos la mano de obra en un tiempo en que lo importante eran los padres. En este caso, los hijos, éramos los que trabajábamos en el comercio.

Me crié en una pensión

Me crié en una pensión, que tenía de interesante, el verme crecer en un ambiente colectivo, donde habitaba una multiplicidad de gente totalmente diferentes unas de otras. Entré al mundo de los grandes, mucho antes que lo que habitualmente lo hace un niño, y de alguna manera, maduré antes de lo que debía y me fui transformando en quien soy.

Cuando no tenía que llevar las viandas, tenía que laburar en la casa. Siempre estábamos haciendo alguna cosa. Al principio yo viví en Asencio 389, casi 8 de octubre. Y en la esquina vivía Cacho Silva, el poeta, un tipo muy interesante. Me acuerdo que un día se tiró del techo con un paraguas. Nos regaló un librito con poemas que aún lo debe tener mi hermano mayor.

Grandes personajes...

Mi niñez transcurrió en la pensión, donde vivió Don Raúl Ferro cuando era empleado de la UTE y juez de fútbol. Se decía que arbitraba con el cuchillo en la cintura. También vivieron Aníbal Sampayo, el cantautor en la época que escribió la canción “El río de los pájaros” y Carlos Molina, el payador, anarquista. Sampayo hablaba mucho con mi hermano. Tocaba la guitarra todo el día.Otro habitante de la pensión fue el autor de “Miriñaque”, Alberto Mastra. Además, vivían muchachas jóvenes que eran amantes de gente adinerada.

Champagne francés y whisky importado

Quiere decir que estuve desde muy chico rodeado de cultura y de música. Una vida muy interesante en los años 50, cuando se movía mucha plata en el Uruguay, sobre todo por la guerra. Recuerdo que cuando había algún casamiento o fiesta importante, bajábamos de a docenas las cajas de champagne francés Bovery y whisky importado de la mejor calidad.

La vida en colectivo

Mi niñez fue feliz, aunque sin el estrecho círculo familiar, pues éramos uno más en el conjunto de gente que vivía ahí. Cuando vivís en colectivo, en realidad no tenés familia directa. No es una casa donde vive únicamente una familia sino una morada donde hay 10 o 15 personas. Con la riqueza que te da, también viene la pobreza afectiva que genera la falta de atención de tus familiares directos porque están ocupados en otras cosas.

Siempre rodeado de mayores

Yo fui a la Sagrada Familia en usufructo de una beca junto a mi hermano. Tras aprobar el examen de ingreso con 11 años y estando en 5º año, entré al liceo, donde todos tenían un año o dos más que yo. Es decir, se repitió en la adolescencia lo que me pasó cuando niño, que siempre estaba rodeado de personas mayores que yo.

Hasta segundo año me iba bien, pero después tuve que empezar a estudiar. Fui dirigente estudiantil. Con Eduardo Castagno hicimos un periódico para los estudiantes, donde yo escribí una crítica muy fuerte hacia la educación. Conservo un ejemplar todavía que quería dárselo a Instituto Osimani y Llerena. Hace algunos años, al edificio antiguo le cambiaron el nombre. Es inconcebible que a un patrimonio salteño le quiten el nombre. En su momento le escribí a las autoridades de la educación refiriéndome a ese tema. (Continuará)