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En 1932 una espantosa plaga de langostas arrasó con las plantaciones de nuestro país. Testimonios de la época cuentan que “Como a mediodía una nube aumentaba; se extendía, se ensanchaba, seguía creciendo en el azul tranquilo del horizonte. Se dilataba y parecía descender.” Apoyados en el alambrado, los chacreros observaban el fenómeno sin poderlo explicar.

Uno de ellos decía: “Una hora más tarde cayó sobre nosotros el vuelo pesado de la langosta. El sol quedó oscurecido por la invasión espantosa. Y el paraíso, los postes de los corrales y el potrero se cubrieron de langostas, cuyo olor llenó la anchurosa campiña. Las huertas eran manchas parduzcas y movedizas.

Los hombres, las mujeres y los muchachos salieron a combatir las langostas, batiendo latas y agitando bolsas mientras la plaga terrible avanzaba. Gritaba la gente para ahuyentarla, pero el esfuerzo resultaba inútil. El combate fantástico duró horas entre gritos y tamboreos. Las huertas quedaron vacías.”

Otros testimonios quedaron registrados en la prensa de la época y contaban que: "La langosta era algo terrible. Cuando llegaba oscurecía todo, tapando el sol. Los árboles estaban negros de langostas que se devoraron todo en una hora, por más ruido que hiciéramos”.

Algunos productores decían que "La langosta dejaba todo exterminado". Tal vez venían por la gran seca. Se escuchaba el ruido de lejos que venían volando, como un ruido de tormenta, como una silbatina”. Su acción sobre los cultivos era tremenda.

Los memoriosos relatan cómo era el ataque de estos insectos: “Una sensación agobiante acompañaba la sequía. Se sucedía un ruido mucho mayor que un zumbido, casi un estruendo. El cielo se oscurecía en forma total. Algunos rezaban y corrían para las casas. Después del ataque de la manga de langosta todo era desolación. Los cultivos quedaban arrasados. Los paraísos eran las únicas plantas respetadas por la langosta…”

Era tal la voracidad de este insecto que una tonelada de langostas (una “nube” pequeña) podía consumir en un día la misma cantidad de alimentos que 2.500 personas, recorriendo más de 100 kilómetros.

La historia poco conocida de hoy recuerda al laborioso y pionero en producción citrícola, Don Esteban Gautron, haciendo público un llamado urgente a las autoridades y a la población en general. Sus palabras traducían la angustia existente entre los más representativos elementos de la producción local.

Gautron declaraba a la prensa salteña que se necesitaban unos mil hombres para constituir el frente único contra la langosta. Si no se conseguía el auxilio de ese ejército, ello traería aparejado abandonar la lucha, tan fatigosa como estéril.

Hablando en representación de varios productores, que como él, vivían entregados en esos momentos a la tarea heroica de dar muerte a la langosta, agregaba que la lucha se hacía a “… cada momento más porfiada e inútil. La langosta surge de los caminos, de los callejones, de los predios particulares. Brota de todos los rincones de la tierra como a la voz de un conjuro maldito.”

Digan ustedes- expresaba con voz en la que se revela firme decisión,- que se necesitan urgentemente mil hombres para constituir el frente único de defensa contra el acridio. Nosotros no podemos más. Hemos hecho cuánto hemos podido, que no ha sido poco, y el desaliento cunde en nuestras filas al ver la esterilidad de los esfuerzos realizados.

Continuaba diciendo Gautron que en San Antonio y Corralitos la langosta ha hecho su aparición en forma copiosísima. Trabajan en esa zona los Señores Camilo Williams, Pedro Solari y numerosos vecinos, animados de la mejor disposición. Pero la heroica defensa no rinde resultados.

Para mejor, desde vecino departamento de Paysandú, donde se ha abandonado toda acción contra el acridio, comienzan a invadir nuestro suelo numerosas mangas. Necesitamos urgentemente, en cuestión de horas, que se incorporen no menos de mil hombres a las falanges de los que luchan contra la mosquita. De lo contrario lo habremos perdido todo, hasta la riqueza regional, por excelencia, representada por nuestros hermosos naranjales. Esos hombres podrán tomarse parte del batallón, parte de las cuadrillas del municipio, etc etc. Pero es urgentísimo tomar decisión al respecto. Es cuestión de horas. Si no se procede así estamos dispuestos a abandonar la tarea emprendida con tanta decisión, con escaso resultado.”

La langosta no era una plaga más. Era "la plaga”. La invasión de langostas fue un problema de enorme gravedad para la producción agrícola que afectó además los cultivos de Santa Fé, Entre Ríos y otras provincias argentinas.

El llamado de Gautron ilustra la gravedad con que Salto vivió ese tiempo.

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