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La historia poco conocida por las nuevas generaciones que hoy nos ocupará, fue recogida por Taborda según el testimonio de Don Pedro R. García, quien fue testigo de una insólita situación en junio de 1873. Este ciudadano mantenía en su recuerdo, páginas vivas de la historia de Salto y contó lo ocurrido en el siglo 19 cuando falleció Don Benito Galeano, que pertenecía a la Logia masónica “Unión”, quien no había aceptado los auxilios religiosos ofrecidos por sus familiares en sus últimas horas.

Dado que era costumbre de la época llevar los muertos a la Iglesia antes de conducirlos al cementerio, los masones, tras largas deliberaciones, queriendo demostrar su tolerancia para con los familiares del difunto, aceptaron ir al templo para el consabido ritual del responso.

Masones cargaron el feretro

En la mañana del 26, los masones, desplegando las banderas de las logias, cargaron con el féretro y marcharon hacia la Iglesia.
En aquellos años, era toda una distinción y un gran honor fúnebre que se le tributaba al extinto, conducir el ataúd a pulso.
En esta parte del relato es que apareció un problema “… que pudo tener derivaciones trágicas y que impresionó profundamente a nuestra población de aquel entonces…”

El cura muy exaltado

Nuestro cronista tenía una opinión muy crítica del Cura Pedro García Salazar “… español, vizcaíno, de carácter exaltado, fanático, juerguista, mujeriego y guitarrero de bien templado espíritu…” según el testimonio del escritor Don Nicolás Granada.
Agregaba Taborda que debido a “sus “cátedras” en el sagrado púlpito- desde el cual no tenía paz con nadie- le había ganado antipatías y rencores entre otros elementos no menos exaltados de las logias Masónicas “Hiram” y “Unión”, en pleno auge en aquel entonces.

¡El cadaver de un hereje en el Templo!

El Cura Salazar, enterado de las cosas, declaró que no admitiría que la presencia del cadáver de un “hereje”, profanase su templo y les salió al paso prohibiéndoles la entrada a los masones. Acto seguido, ordenó el cierre de la Iglesia y extrajo de la cintura una pistola española, y cruzó hacia la vereda de enfrente, donde los increpó. Fue la chispa que encendió el fuego. “Los masones, ante la tolerancia de la policía, violentaron la puerta de la sacristía, y por ella entraron al muerto, mientras el Cura, rodeado en la vereda de la Plaza por un grupo de vecinos y amigos era contenido y desarmado”.

Vinieron los consules de España y Portugal

El Sacerdote de la Parroquia “Santa Rosa”, Don André Vázquez del Carvallar que se hallaba adjunto a la Iglesia donde ocurrían estos hechos, mandó buscar a los Cónsules de España y de Portugal en nuestra ciudad, Don José Ginés y Joaquín Moreira, para que intervinieran y evitaran males mayores.

El cura se fue a Concordia en bote

“En esta situación angustiosa para el Cura Salazar, los Cónsules, atendiendo a la demanda de ayuda y protección, lo rodearon, y acompañado por ellos y un grupo de amigos, pudo éste llegar libremente al puerto, donde se embarcó en un bote en compañía de ellos, rumbo a Concordia, al son de una ensordecedora rechifla de la pueblada que pedía a gritos que el Cura fuera tirado al agua y ahogado”.

Para colmo de males, el Jefe Político Sr. Alejo Castilla, era también masón, y olvidando su investidura- por reacción tal vez a las acusaciones y denuestos que desde el púlpito el Cura le dirigía, formó parte de la pueblada que condujo al Cura al puerto.

Iglesia cerrada hasta la vuelta del Cura...

Nuestro historiador termina su relato diciendo que la Iglesia permaneció cerrada hasta la vuelta de Salazar, quién premiado por las autoridades de la Curia, fue nombrado Cura Párroco titular. Los masones se serenaron una vez pasada la efervescencia. Y al Cura, la amarga lección le fue propicia para frenar con cordura sus ímpetus.

Luego de estos hechos la paz volvió a reinar en la ciudad. Taborda nos dice que “Una tolerancia mutua y una comprensión razonada fueron las armas con las que se defendían las ideas y sentimientos políticos y religiosos”. El Cura Salazar ocupó poco tiempo su cargo de Párroco, volviéndose a España, donde vivió muchos años en su pueblito natal en la Provincia de Vizcaya.

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