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Al cumplirse un nuevo aniversario de la batalla del Quebracho, nuevamente he preferido dar la palabra a uno de los revolucionarios para que nos narre lo que ocurrió ese día.

Cuenta Eugenio Garzón que “El fuego seguía cada vez más recio. Cuando subimos a un palmar que había en la altura que limitaba a nuestro frente el valle en que momentos antes acampábamos, el fuego era tremendo en ambas partes. Están todos contestes en asegurar que allí en medio del palmar se redobló la lucha. Después del palmar había un camino ancho, como de treinta metros, “el callejón”, que se le decía ahora, y es donde sin más remedio tuvimos que penetrar. Los fuegos se aproximaban. Pero nuestros soldados, siempre heroicos, según la propia declaración del enemigo, no cedían el terreno sino palmo a palmo.

El enemigo coronaba la cuchilla...

Ramírez, el brillante oficial, el jefe de merecido renombre, se batía a la desesperada, pero como él sabe hacerlo, sin perder nunca, a pesar de su temperamento nervioso, la calma, el método que necesita un militar de escuela para dominar siempre todas las situaciones y todas las voluntades, que en las horas de combate están bajo la suya exclusiva. Visillac y Ordóñez competían con bizarría al lado de Ramírez. El enemigo venía coronando la cuchilla, y marchando sin creer que nuestro ejército iba a retirarse sin pelear desesperadamente, como peleó.

El fuego seguía más crudo...

De pronto pasa Visillac herido. La tropa lo viva en medio de aquella lluvia de balas y él, el valiente Visillac, haciendo un esfuerzo, se descubre. En seguida pasó otro jefe herido. Era Arnilivia, quien enfrentándose con el general Arredondo le dijo, con viril acento: “Mi general, voy herido; si no estay imposibilitado, volveré al combate”. Esto sucedía en el callejón. Nuestra valerosa juventud seguía batiéndose con denuedo.

Valiente juventud de Montevideo

El fuego había empezado a las 12 y 10 y todavía a las cuatro y media seguía cada vez más crudo. Dos compañías del batallón 1B de Domínguez estaban en el fuego. Eran los representantes de la valiente juventud de Montevideo. Caían heridos, muertos, y nadie vacilaba en la pelea. Nuestros flancos estaban ya cubiertos por las guerrillas enemigas que nos hacían fuego de los costados y de retaguardia. Ya habían caído Visillac, Arnilivia, el coronel Urán, Mena y por fin, nuestro inolvidable Teófilo Gil. honra y prez de la generación que aparece. Salí a dar una orden y cuando volví, ya noté que todo había cambiado. La desorganización había cundido, y como mi querido compañero Busto lo dice muy bien: “El valor colectivo había desaparecido, sólo el individual no había decaído”. Es exacto. Nunca jamás se ha peleado en nuestras guerras con más decisión ni con más heroísmo. Y no se crea que pongo esta palabra sin saber lo que hago, pues ése y no otro calificativo merecen los que se batieron el día 31 de marzo, fecha que pasará como una triste efemérides a nuestro calendario político.

Batlle es muy valiente

Como digo la lucha por nuestra parte era ya individual. Poco a poco aquello fue deshaciéndose. Pero dondequiera que se echara la vista, se veía un soldado vivando la revolución, y haciendo fuego. Ejemplo Pepe Batlle. Dondequiera que iba con una orden, lo mismo el 30 que el 31, encontraba a Batlle. “Al principio”-, me dijo, “tenía escrúpulos en matar; pero después me gustó pelear personalmente”. Batlle es muy valiente.
Las postrimerías del combate se veían aproximar…” (Continuará).

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