Carta del lector /
No naturalizar la mentira
La mentira adopta múltiples formas: desde las llamadas “piadosas”, destinadas a evitar conflictos o suavizar realidades, hasta aquellas motivadas por intereses egoístas y voluntad de manipulación. A menudo se confunde con exageraciones, rumores, silencios deliberados, juicios temerarios o calumnias, lo que dificulta identificarla y enfrentarla. Aunque la educación familiar suele inculcar el valor de la verdad, en la práctica cotidiana se recurre a la mentira para evitar consecuencias incómodas, por temor o por incapacidad de comunicarse de manera clara y oportuna. Así, pequeñas mentiras diarias se vuelven hábitos casi imperceptibles, normalizados en la convivencia social.
La política, vaya si es un terreno fértil para el ocultamiento y la distorsión de la verdad. Hay ocasiones, donde los dirigentes reconocen que no dijeron la verdad para poder acceder al poder. Ejemplos notorios y concretos se ha visto en la historia reciente. No se trata, de un fenómeno exclusivo de un país, sino de una constante histórica en distintas sociedades que prefieren aceptar la mentira antes que cuestionar al gobernante de turno o asumir responsabilidades colectivas.
Las redes sociales amplifican este problema al favorecer la difusión de rumores, juicios apresurados y difamaciones. La velocidad, la búsqueda de impacto y la necesidad de aprobación mediante conspiran contra la reflexión y el respeto por la verdad. Cuando la mentira se naturaliza, se debilita también la diferencia de lo bueno a lo malo, erosionando la confianza social. Pero la realidad, ha demostrado, que pese a las limitaciones humanas, la verdad, finalmente, siempre termina por imponerse. Lo que todos, especialmente quienes tienen su cuota de poder, deberían tener muy en cuenta. Ojalá, especialmente entre nuestra clase política, eso, se entienda y se gestione y actué, con la simple pero invalorable verdad. Observador
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