
Julio Muffolini /
La historia del automovilismo salteño (I)
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Por Leonardo Vinci
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joselopez99@adinet.com.uy

El rugir de los motores, el polvo levantándose en el aire y el entusiasmo de todo un pueblo fueron parte de una época dorada del automovilismo salteño. “La Prensa” dialogó con Julio Muffolini, apasionado del deporte motor e hijo de uno de los fundadores del Salto Automóvil Club, para reconstruir una historia que combina sacrificio, ingenio y amor por las carreras.
Los orígenes del club y la compra del autódromo
“El Salto Automóvil Club se fundó a fines de la década del 30”, comienza recordando Muffolini. “Hasta donde me acuerdo, en los años 50 su sede estaba en Radio Cultural, donde incluso se hacían las entregas de premios en la vieja Fonoplata. Hay muchas fotos de esas ceremonias.”
De aquella etapa fundacional recuerda nombres que dejaron huella. “Don Ramón fue presidente del club y uno de los artífices de la compra del campo. Lo hizo a través de Tulio Rattin, del Banco de Salto. Tres personas ofrecieron sus casas como garantía: Don Ramón Vinci, Fermín Castro y Antonio Montanari, el abuelo del herrero Lafón. Mi padre no tenía propiedades, pero también fue parte de ese grupo que se animó a hipotecar sus propiedades por el autódromo.” Con el dinero obtenido y el compromiso colectivo, se concretó la compra del predio donde se levantaría el circuito. “La pista no es municipal, es de un club que la pagó con esfuerzo. Se la abonó con el fruto de las carreras. Fue un logro enorme para una institución modesta que se sostenía a pulmón.”
El trazado original: de la tierra al aceite
El autódromo contaba con unas 39 hectáreas. “Era un terreno amplio, atravesado por un pequeño arroyo que, según contaban los viejos, se llamaba la Zanja Candiota. En la gran sequía del 30 fue la única que mantuvo agua. Allí empezamos a trabajar con mi padre, en un camión Chevrolet del 51 que recién habían comprado.”
El circuito original era de tierra afirmada
“Había mucha polvareda, así que empezaron a regar las curvas con aceite usado que juntaban en los talleres. Luego consiguieron tambores de descarte de la UTE, donde los motores gigantes a explosión generaban mucho aceite. En cada carrera usaban 20 o 30 tambores para regar la pista. En las curvas más cerradas llegaban a tirar hasta 80 tambores.” Con ese método artesanal, lograban una superficie compacta y sin polvo. “La pista quedaba negra, brillante. La gente quería venir a correr a Salto porque era una pista segura, sin tierra en suspensión. El público terminaba encantado. En otros lados uno iba a las carreras y después salía cubierto de polvo. Acá no pasaba.”
La época dorada: los años 50 y 60
Las primeras competencias se organizaron hacia 1952 o 1953, en pleno apogeo de la categoría Fuerza Limitada. “Eran autos armados por los propios mecánicos salteños. El 99% de los corredores eran trabajadores, hombres de taller. Pusieron lo que no tenían para poder correr. No existían grandes patrocinadores, todo era sacrificio.” El ambiente era familiar y de camaradería. “Nos íbamos a las carreras en camiones sin barandas, con los autos arriba y los pilotos sentados en el piso. Llegábamos llenos de tierra, pero felices. Era una aventura en cada viaje.”
El automovilismo nacional vivía su auge, y Salto era uno de los escenarios más respetados del interior. “Venían corredores de todos lados: Cerdeña y Gargano, entre otros. Las carreras eran verdaderos acontecimientos populares. Se hacían dos o tres al año y se llenaba el autódromo. Llegaban a venderse siete mil entradas. Era todo un festival.” El club incluso plantó eucaliptos alrededor del circuito. “Primero para dar sombra al público, después también para obtener algo de dinero vendiendo la leña. Cada recurso servía para mantener viva la institución.” (Continuará)
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