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Cuando llueve en Uruguay, hay algo que muchos ya esperan con ganas: las tortas fritas. Esta tradición, que tiene raíces europeas, especialmente alemanas, ha sido adoptada con fuerza por nuestra cultura. En Alemania se las conoce como “Kreppel” o “Krapfen”, y llegaron al Río de la Plata de la mano de inmigrantes alemanes, españoles y árabes en el siglo XIX y XX. Hoy, son parte de nuestra identidad.

El olor a grasa caliente que se siente desde lejos invita a acercarse. Ya sea en una esquina, en la feria o en la casa, las tortas fritas aparecen como un abrazo cálido en los días grises. Son sencillas de hacer: agua, harina, sal, grasa y a veces un poco de polvo de hornear o levadura. Aunque su preparación ha cambiado con el tiempo, su esencia sigue intacta.

El periodista argentino Jorge Lanata dijo una vez: “En Uruguay te venden colesterol puro en la calle y la gente lo consume feliz”. Y no se equivocó del todo: la torta frita es parte de nuestra cultura popular, y también, para muchos, una fuente de ingresos.

En Salto, esta tradición ha cobrado fuerza, sobre todo los fines de semana y días de lluvia. En plazas, parques o zonas de descanso, se puede ver a personas haciendo fila con el mate en mano, esperando su porción de tortas fritas calientes. Ya no es solo una costumbre casera: es un pequeño negocio que crece. Muchas familias encuentran en la venta de tortas fritas una forma de generar ingresos o complementar los que ya tienen.

Así, entre aroma, lluvia y sabor, la torta frita se ha transformado en mucho más que una comida. Es cultura, tradición, emprendimiento y encuentro. En Salto, cada bocado cuenta una historia.

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