11.232 silencios, cuando la vida es interrumpida
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Por Angélica Gregorihk
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Hay cifras que duelen. No porque sean números grandes, sino porque detrás de cada una se esconde una historia que jamás será contada. El reciente informe del Ministerio de Salud Pública nos deja un dato alarmante, en 2024 se registraron 11.232 abortos en Uruguay. Es la cifra más alta desde la aprobación de la ley en 2012. Y aunque algunos lo vean solo como una estadística, muchos lo sentimos como un grito silencioso de una sociedad que se está olvidando del valor más básico, como lo es la vida.
Detrás de cada aborto hay una mujer. Una madre que, por distintas razones, no pudo o no quiso seguir adelante con su embarazo. Y, aunque la decisión le haya parecido correcta en ese momento, muchas veces la acompaña por el resto de su vida. Son decisiones solitarias, íntimas, muchas veces atravesadas por el miedo, la desesperación, la presión social o la falta de apoyo. Detrás de cada número hay una ausencia. Un hijo que no será. Un nombre que nunca se dirá. Un corazón que dejó de latir cuando ya existía.
Este año, 68 abortos fueron realizados en niñas menores de 15 años. ¿Dónde estuvo la sociedad para protegerlas? ¿Dónde estaban los adultos, el sistema, la educación, la prevención? También se registraron 456 abortos en adolescentes de entre 15 y 17 años y 793 entre 18 y 19. Es imposible no estremecerse al pensar en tantas jóvenes que, en lugar de soñar con su futuro, con estudios, tuvieron que enfrentarse a decisiones que marcan para siempre.
Se habla mucho del derecho a decidir, y es importante que las mujeres tengan autonomía sobre su cuerpo. Pero poco se habla del derecho a ser acompañadas, del derecho a recibir contención emocional, apoyo psicológico, información completa. ¿Cuántas de esas mujeres habrían decidido seguir adelante si hubiesen sentido que no estaban solas? ¿Cuántas habrían elegido dar vida si alguien les tendía una mano, en vez de ofrecerles una salida rápida?
No se trata de juzgar. Nadie puede arrojar la primera piedra. Pero tampoco se trata de mirar hacia otro lado mientras las cifras suben año tras año. Desde 2021, los abortos en Uruguay han aumentado de forma sostenida, 10.111 en 2021, 10.505 en 2022, 10.898 en 2023 y ahora, 11.232 en 2024. ¿Es esta la sociedad que queremos? ¿Una que normaliza el aborto hasta convertirlo en una práctica común, como si la vida fuese descartable?
Mientras tanto, hay familias que lloran en silencio porque no pueden tener hijos. Que invierten dinero, tiempo y energía en tratamientos de fertilidad para cumplir el sueño de ser padres. La vida, para ellos, es un milagro. ¿Cómo puede ser que en el mismo país unos imploren por un hijo mientras otros interrumpen su llegada sin que se encienda ninguna alarma?
Hace poco se realizó una marcha por la vida, por proteger desde la concepción hasta la muerte natural. Fue un gesto de amor. Fue un recordatorio de que cada ser humano tiene valor desde el primer instante. De que nadie debería ser invisible, ni siquiera antes de nacer. Y también fue un grito por esas madres que sí quieren continuar su embarazo, pero no encuentran cómo hacerlo. Por esas madres que eligen la vida y necesitan ser abrazadas, no abandonadas.
La organización Provida lo dijo con claridad, hay mujeres que sufren por años después de un aborto. Hay padres que no lo superan. Hay abuelos que lloran en secreto por un nieto que no conocieron. Hay familias enteras que quedan marcadas por una decisión que, aunque legal, deja huellas profundas.
Es tiempo de preguntarnos si el aborto es realmente la respuesta o si hemos fracasado como sociedad al no ofrecer otras alternativas. Educación sexual, sí. Anticoncepción, por supuesto. Pero también amor, acompañamiento y esperanza. Porque detrás de cada aborto hay una vida que no fue, y una madre que tal vez, en lo profundo de su corazón, aún la llora.
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