Caminaba por calle Uruguay, de regreso a casa desde el Diario a Plaza Artigas, y me encuentro en una esquina con un viejo amigo que me interroga frontalmente sobre el futuro de la intendencia con el nuevo gobierno. Medianamente desconfiado me pregunta si podía cambiar algo la situación desastrosa actual, si iba a ser posible la recuperación de la ciudad, si era cierta la chance de dar vuelta la pisada.

En primera instancia, las preguntas mostraban la desconfianza crónica en las palabras de los políticos, y de los que ganan en particular, que casi siempre incumplen lo prometido, en términos generales o parciales, en calidad de candidatos y/o proyectos; buenas intenciones pueden haber pero se sabe que a las palabras se las lleva el viento por distintas y valederas razones. ¿De verdad había posibilidades que Albisu y la Coalición Republicana cumplieran la promesa de cambio del estado de la ciudad? Del dicho al hecho hay mucho trecho y no siempre se pueden concretar las acciones prometidas en campaña electoral. Dejo de lado la demagogia simple y llana porque esa es un pecado mortal, hablo de las buenas y sinceras intenciones de un candidato ganador que pueden caer en la nada o en concreciones menores por razones de la política activa, las barreras de la burocracia y los mandos medios, los ediles opositores, la disponibilidad de recursos, la política económica en general.

Lo cierto que la intendencia de Salto es una estructura grande, pesada y costosa. Tiene un numero de personal exagerado que ronda en los dos mil funcionarios, de todo tipo, protegidos y bancados por el gremio de municipales liderado por el famoso e inexpugnable Juan C. Gomez, alias “Cholin”. En principio parece imposible bajar la plantilla significativamente por alguna razón, de economía o de funcionalidad. Acá hay un tema serio porque casi el 70% del presupuesto de la Intendencia se va al Rubro Cero, que son los salarios. Queda muy poco para lo demás...

Una de las maneras de conseguir más recursos para aplicarlos a Salto es gastar menos y/o mejor. La intendencia recauda por impuestos genuinos, patente de rodados, contribuciones urbanas y rurales, otros impuestos y tasas menores, además de las partidas nacionales que le corresponden por Ley. ¡Eso es lo que hay, valor…! Las empresas municipales son todas deficitarias, no dan plata, cuestan plata. No es esperable, que haya partidas extraordinarias para el intendente blanco Carlos Albisu del presidente tupamaro Yamandu Orsi, creo que no.

Otra fuente de recursos es el endeudamiento bancario: que por supuesto está saturado, el nivel de endeudamiento actual y las garantías existentes no permiten desarrollar esta herramienta financiera. La intendencia ya paga una enormidad de dinero todos los principios de año por la cuota correspondiente del millonario Fideicomiso firmado en 2015, y faltarían 5 años más. No se puede y no corresponde seguir pidiendo dinero prestado, no es admisible. Digo yo… capaz se animan.

Otra de las maneras de conseguir dinero es aumentando los impuestos, un porcentaje adicional y de emergencia a las contribuciones y patentes, para equilibrar y desarrollar la economía de la intendencia, hacer las obras necesarias y prioritarias de una vez por todas. Pero este camino estaría vedado. No habría margen para aumento de impuestos, podría suscitarse una rebelión contribuyente y aumento de morosidad. No la veo por este lado. Tampoco se van a aumentar las entradas a Termas o eliminar el subsidio al transporte de pasajeros, ni loco.

Finalmente, es urgente e inevitable una reestructuración de la Intendencia para redefinir y eliminar funciones, tercerizar y privatizar servicios, poner la motosierra a pleno, para hacerla eficiente con el dinero disponible y eficaz en la consecución del bien púbico prometido. Si gasto menos en lo superfluo y no despilfarro, entonces, habrá margen para invertir más cantidad en obras, buena calidad en los servicios y brillo en la gestión. Así se podría dar vuelta la pisada y mi amigo estaría en paz.