El precio de la desidia y el valor de comenzar de nuevo
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Por José Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy

La situación financiera y administrativa de la Intendencia de Salto ha quedado expuesta con crudeza. Lo que hoy aflora no es otra cosa que la consecuencia de una década marcada por la improvisación, la falta de prioridades reales y el uso de la gestión pública como trampolín para ambiciones personales. Salto fue relegado. No se lo administró; se lo dejó en pausa, o peor aún, se lo utilizó como plataforma para otros fines. Los resultados están a la vista: deudas millonarias, caminos destruidos, maquinaria inutilizada y una ciudad que parecía haber perdido el pulso.
Lo que más duele es que esta decadencia no fue inevitable. No hubo una catástrofe natural ni una crisis externa que lo justifique. Fue la falta de responsabilidad en la gestión, la ausencia de sentido común y el olvido de que gobernar es, ante todo, servir a la comunidad. Hoy, la nueva administración encabezada por Carlos Albisu Emed enfrenta una realidad compleja: pagar sueldos se ha vuelto una odisea, y cada día aparece un nuevo acreedor reclamando lo suyo. Es la herencia de quienes priorizaron las apariencias y los viajes por el país en busca de protagonismo, mientras la ciudad caía en el abandono. En este contexto, resulta alentador observar señales de cambio. El nuevo equipo de gobierno ha iniciado gestiones ante la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) y el Banco República para obtener los fondos necesarios y cumplir con las obligaciones básicas, como el pago de salarios. Si bien llevará algunos días, se ha asumido el compromiso de cumplir con este deber primario, y desde allí comenzar a reorganizar el funcionamiento de toda la estructura municipal.
Se ha anunciado una administración austera, con un criterio claro: no más jerarquías inventadas, ni domicilios ficticios fuera de nuestra ciudad, para justificar viáticos. Un mensaje claro de que no se repetirá el despilfarro de la gestión anterior. Más aún, se ha tomado la acertada decisión de colocar en cargos ejecutivos a profesionales con experiencia comprobada, con capacidad para concretar obras y encarar intervenciones necesarias.
Y como muestra de que este cambio no es solo discursivo, basta con salir a recorrer la ciudad. Después de mucho tiempo, es posible ver cuadrillas municipales trabajando en tareas de bacheo, limpieza y mantenimiento. Estas imágenes, que deberían ser cotidianas en cualquier administración, hoy sorprenden por su ausencia durante los últimos años. No solo la ciudadanía lo agradece: también los propios funcionarios municipales se sienten nuevamente útiles, parte de un proceso que busca reconstruir el departamento desde lo más básico.
Los relatos de trabajadores que pasaban semanas sin tareas asignadas, por falta de materiales, o el caso de la barredora mecánica que quedó abandonada por una falla menor, ilustran el grado de inoperancia que reinó. Hoy, esa misma maquinaria está siendo reparada, y pronto volverá a las calles. Lo mismo ocurre con otras herramientas y vehículos del parque automotor municipal, que estaban paralizados o fueron canibalizados por piezas ante la desidia de invertir en su reparación. Pero más allá de lo visible, lo más importante es el cambio de actitud. Hay una responsabilidad asumida y una voluntad clara de sacar a Salto del pozo. Se habla de reactivar espacios culturales como el Teatro Larrañaga, el Ateneo y los museos, cerrados o ignorados durante demasiado tiempo. Se busca devolver vida a una comunidad que necesita mucho más que parches: necesita políticas públicas coherentes, con visión, honestidad y trabajo sostenido.
Después de diez años de abandono, lo que hoy nace es una esperanza. Una nueva oportunidad para que Salto vuelva a ser el orgullo de todos. Ojalá esta vez no se la desperdicie.
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