América del Sur gira a la derecha
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Por José Pedro Cardozo
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América del Sur vuelve a moverse como un bloque. O, al menos, vuelve a parecerlo. La victoria del líder José Antonio Kast en el balotaje chileno no es un hecho aislado: es una pieza más de un tablero regional que se reconfigura con rapidez y que, una vez más, inclina la balanza hacia la derecha. Con Chile, ya son seis los países del subcontinente que colocan en el poder a dirigentes ubicados a la derecha del espectro político. La lista es elocuente: Argentina, Bolivia, Perú, Paraguay, Ecuador y ahora Chile.
Sin embargo, leer este fenómeno como una “ola ideológica” uniforme sería un error de diagnóstico. Lo que empuja este giro no es tanto una conversión doctrinaria masiva como un cansancio profundo, casi visceral, de amplios sectores sociales frente a gobiernos de izquierda que prometieron transformaciones estructurales y entregaron, en muchos casos, frustración, estancamiento económico, inseguridad y un populismo cada vez más autorreferencial.
El voto que hoy beneficia a la derecha es, antes que nada, un voto castigo. Un voto anti-oficialista. Un voto de ciudadanos que no se sienten representados por elites políticas que hablan en nombre del “pueblo” mientras gobiernan para sí mismas. Como señalan diversos observadores regionales, se trata más de ciclos de decepción que de convicciones ideológicas profundas. La gente no está leyendo manuales de liberalismo económico: está pasando facturas.
Los números lo confirman. De los seis países con gobiernos de derecha, cinco llegaron al poder desplazando administraciones de izquierda que llevaban años —cuando no décadas— aferradas al Estado. El caso de Bolivia es paradigmático. Tras casi veinte años de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de Evo Morales y Luis Arce fue derrotado por una opción de centro derecha encabezada por Rodrigo Paz. No cayó solo un gobierno: cayó un relato que se presentaba como eterno e incontestable.
Ecuador había iniciado antes ese vaivén. Lenín Moreno rompió con el correísmo y abrió una etapa de correcciones liberales que Daniel Noboa profundizó tras su triunfo en 2023. Con apenas 35 años, el empresario encarnó una mezcla que hoy seduce a muchos electorados: liberalismo económico, discurso de orden y una retórica de “mano dura” frente al crimen, aun a riesgo de tensar las instituciones.
Perú, como casi siempre, vive en su propia inestabilidad crónica. La salida de Dina Boluarte y la llegada del conservador interino José Jerí no clausuran el debate, sino que lo postergan. Las elecciones del año próximo dirán si el país consolida un giro o vuelve a ensayar otro experimento fallido.
¿Y Uruguay? Aquí el péndulo, por ahora, hizo un movimiento distinto. Tras cinco años de un gobierno de centro-derecha liderado por Luis Lacalle Pou, el Frente Amplio regresó al poder. La promesa —observada con lupa por politólogos y mercados— es la continuidad de las líneas macroeconómicas. Pero puertas adentro, la historia es otra: tensiones explícitas, luchas de poder y viejas rivalidades que nunca se fueron.
El enfrentamiento soterrado —y a veces no tanto— entre el Movimiento de Participación Popular, el Partido Comunista y otros sectores del FA no es nuevo. Viene de lejos, de los años 60 y 70, de una historia marcada por la violencia política, la guerrilla y consecuencias que el país pagó caro. Hoy esas diferencias resurgen en clave de poder, de relato y de rumbo.
En definitiva, el giro a la derecha en América del Sur no es un cheque en blanco para nadie. Es una advertencia. Los gobiernos que hoy celebran harían bien en entender que llegaron por rechazo al pasado, no por amor incondicional a sus ideas. El péndulo sigue en movimiento. Y cuando la política no aprende, la historia se encarga de empujar.
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