América Latina entre fragmentación o integración
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Por Jose Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy

La reciente imposición de aranceles recíprocos por parte del gobierno de Donald Trump ha vuelto a poner a América Latina frente a una encrucijada histórica. Este cambio en la política comercial estadounidense —descripto por algunos como el más profundo desde la Guerra Fría— no sólo encarece exportaciones e introduce incertidumbre, sino que desnuda las vulnerabilidades estructurales del subcontinente: la dependencia de materias primas, la escasa diversificación comercial y, sobre todo, la falta de una integración real y sostenida.
Países como México, Brasil, Argentina, Nicaragua, Uruguay y Venezuela aparecen en el mapa con distintos grados de impacto, pero todos bajo la misma sombra: el repliegue de un socio comercial clave, y la imposibilidad de responder eficazmente sin una estrategia colectiva. El caso mexicano es elocuente. Aunque parcialmente protegido por el T-MEC, casi la mitad de sus exportaciones queda expuesta a gravámenes del 25%. Nicaragua y Venezuela, por su parte, enfrentan aranceles elevados con escasas herramientas institucionales para amortiguarlos.
El panorama es, sin duda, desafiante. Pero también representa una oportunidad. Ante la opción de permitir que cada país intente negociar de forma individual, dependiendo de su peso o afinidades políticas, o avanzar hacia una integración real que fortalezca la región frente al mundo, América Latina se enfrenta a un dilema fundamental.
La primera opción —el sálvese quien pueda regional— ya ha mostrado sus límites. No solo perpetúa desigualdades entre países, sino que debilita la capacidad de negociación externa del bloque en su conjunto. En cambio, una apuesta decidida por la integración puede ser compleja, pero también es la única vía sustentable para construir una región con voz propia en la economía global.
Integrarse no es solo firmar acuerdos comerciales. Es también armonizar normas, reducir trabas internas, compartir infraestructura, coordinar inversiones y desarrollar una política productiva común. Mercosur, la Alianza del Pacífico o el SICA son plataformas que, si bien han tenido resultados dispares, tienen un potencial aún no agotado. Reimpulsarlas con pragmatismo y visión estratégica podría ser la llave para enfrentar el nuevo orden comercial.
No basta con mirar hacia adentro. América Latina debe también tender puentes hacia otros bloques económicos. Acuerdos espejo con la Unión Europea o el Sudeste Asiático, alianzas condicionadas con Estados Unidos en temas como migración o seguridad, digitalización aduanera basada en blockchain y foros que atraigan inversión de múltiples orígenes son instrumentos válidos para reposicionarse con inteligencia en el tablero internacional.
El cambio de paradigma que plantea la política arancelaria de EE. UU. exige respuestas audaces. América Latina tiene ante sí una crisis que puede ser catalizadora. Pero eso dependerá, más que nunca, de la voluntad política de sus líderes. O seguimos fragmentados, mirando cada uno su ombligo, o apostamos a un proyecto común que, aunque complejo, nos permita salir fortalecidos. El tiempo para elegir no es indefinido.
La encrucijada está planteada. América Latina tiene la oportunidad, quizás la última en mucho tiempo, de dejar atrás la retórica integracionista y pasar a la acción. La historia sabrá juzgar si sus dirigentes estuvieron a la altura.
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