La tentación del voluntarismo y los límites de la realidad
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Por José Pedro Cardozo
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Como cada 1º de mayo, el Pit-Cnt celebró su acto central en Montevideo, con discursos encendidos y una agenda cargada de demandas, reafirmando su rol como actor político más allá del sindicalismo clásico. En esta ocasión, la central volvió a exhibir una tendencia histórica que atraviesa buena parte de su dirigencia: el sesentismo voluntarista, una forma de interpretar la realidad que privilegia el deseo por encima de las posibilidades materiales y de contexto.
El discurso de Sergio Sommaruga, dirigente del Sindicato de Trabajadores de la Educación Privada, fue una fiel expresión de esta postura. Desde una lógica de acumulación de reclamos, enumeró las dificultades que viven cientos de miles de uruguayos: informalidad, bajos salarios, desempleo, y una infancia golpeada por la pobreza. Son problemas reales, dolorosos e impostergables. Sin embargo, la propuesta de solución cae en el mismo viejo diagnóstico ideológico: declarar la emergencia nacional en la infancia, financiar un plan integral a través de una mayor carga impositiva a las “clases privilegiadas” y al sistema financiero, y redoblar la presión por redistribución sin detallar cómo evitar impactos adversos sobre la inversión o el empleo.
Es aquí donde el señalado voluntarismo sesentista aparece con fuerza. La apelación moral a la justicia social, legítima y necesaria, es presentada como si bastara por sí sola para transformar la realidad, sin precisar cómo lidiar con los equilibrios macroeconómicos, con el financiamiento sostenible o con la dinámica de una economía abierta. El Pit-Cnt propone medidas que suponen una ruptura con las restricciones presupuestales actuales, pero sin un plan claro de implementación, gradualidad o evaluación de efectos secundarios.
El presidente Yamandú Orsi, en una actitud política madura, recogió el guante con respeto, marcando coincidencias pero también diferencias. Reconoció que muchas de las propuestas eran “jugadas”, y aunque prometió analizarlas, fue claro al advertir que el país no soporta nuevos tributos. Dejó ver que no gobierna para agradar a todos los sectores, sino que debe mantener un equilibrio entre expectativas sociales y sostenibilidad fiscal. En ese sentido, su prudencia es un contrapeso necesario frente al maximalismo de la central sindical.
La propuesta de reducir la jornada laboral, por ejemplo, es un viejo anhelo del movimiento obrero, pero en las condiciones actuales no parece viable sin comprometer la productividad ni poner en riesgo empleos. La medida, “deseable” como admitió el presidente, requiere más que voluntad política: exige estudios de impacto, acuerdos sectoriales y tiempos de maduración. Lo mismo aplica para una reforma tributaria profunda con foco en las rentas empresariales. En un país pequeño, donde la inversión privada cumple un rol clave, hay que actuar con responsabilidad, porque lo que se gana en justicia distributiva mal planificada se puede perder en empleo y crecimiento.
El movimiento sindical uruguayo carga con una tradición heroica, pero también con inercias que le impiden aggiornarse. La lectura de que basta con voluntad para cambiar la estructura del país no reconoce la complejidad de los desafíos actuales, ni el papel de actores diversos como el Estado, las empresas, los consumidores y los propios trabajadores.
En un año marcado por elecciones departamentales y tensiones programáticas, el Pit-Cnt optó por reforzar su rol como faro ético de la izquierda, aunque su mensaje, en muchos aspectos, suene más a consigna que a programa. El riesgo es claro: que el voluntarismo termine deslegitimando causas justas por falta de realismo. La política necesita sueños, sí, pero también necesita aterrizajes concretos. De lo contrario, corre el riesgo de volverse retórica estéril o, peor aún, frustración social.
¿El Uruguay puede financiar un plan integral contra la pobreza infantil? Tal vez sí. Pero no con eslóganes, sino con política seria, responsable y sostenible. Y eso implica diálogo, gradualismo, prioridades claras y, sobre todo, dejar atrás los reflejos de un tiempo donde se pensaba que bastaba con querer para poder.
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