Marx, entre el mito y la ignorancia ilustrada
-
Por Jose Pedro Cardozo
/
director@laprensa.com.uy

A Karl Marx le sucede hoy lo que a muchos clásicos del pensamiento: es más citado que leído. Su figura, lejos de reducirse a un pensador del siglo XIX, se ha transformado en un símbolo de interpretaciones múltiples, a menudo contradictorias, y, en no pocos casos, francamente erróneas. Desde quienes se declaran marxistas sin haber pasado del Manifiesto Comunista, hasta aquellos que lo critican repitiendo conceptos que él mismo desarrolló sin saberlo, Marx se ha convertido en una figura atrapada entre la mitología y la ignorancia ilustrada.
En los antiguos países socialistas, Marx fue convertido en lectura obligatoria, equiparable a textos sagrados, lo que paradójicamente alejó a generaciones de su lectura crítica. En Occidente, la tendencia no ha sido mucho mejor. En tiempos donde se lee cada vez menos, el marxismo se ha convertido en una etiqueta más que en una postura intelectual fundada. Al otro extremo, surgen teorías conspirativas en torno a un supuesto "marxismo cultural", una expresión que Marx jamás utilizó y que sirve de comodín para demonizar todo lo que no encaje en la ortodoxia conservadora.
La vida de Marx fue, en sí misma, una parábola de contradicciones. Criado en una familia de clase media judía convertida al protestantismo, rompió con esa herencia religiosa en sus primeros escritos, como La Cuestión Judía. Su carrera académica fue frustrada por su activismo político, y su vida personal, marcada por la precariedad, contrasta con la imagen monumental que se construyó de él. Fue un pensador influenciado por el romanticismo alemán, por Hegel y Feuerbach, antes de desarrollar lo que luego se conocería como “materialismo histórico”, término que él nunca utilizó.
Paradójicamente, es el “joven Marx”, el que aún no había formulado su doctrina definitiva, el que más resuena hoy. Aquel Marx más libertario, menos dogmático, interesado en las relaciones sociales solidarias desde abajo y no en la imposición estatal desde arriba. Más preocupado por la emancipación que por el destino universal del proletariado. Es ese Marx, más humanista que revolucionario, el que podría dialogar con algunas corrientes progresistas contemporáneas, incluso con ciertos aspectos del "wokismo", más atento a las luchas por la identidad que por la clase.
Sin embargo, tras los hechos revolucionarios de 1848, Marx se vuelca decididamente al estudio de la economía política, influido por David Ricardo. Su objetivo: comprender las crisis estructurales del capitalismo como posibles detonantes de una transformación revolucionaria. Allí nace el Marx maduro, el economista, el autor de El Capital. Pero incluso este giro fue distorsionado por sus seguidores: fue Engels quien popularizó términos como "materialismo histórico" o "dialéctico", consolidando una ortodoxia que el propio Marx jamás formuló.
La sacralización de Marx terminó por sepultarlo. Fue elevado a un pedestal por la Segunda y la Tercera Internacional, y luego convertido en estatua por el estalinismo, que degeneró sus ideas hasta la caricatura. El hombre de carne y hueso fue reemplazado por una figura mítica, convertida en doctrina oficial incluso en el arte y la literatura soviética. Su pensamiento, originalmente abierto, crítico y en evolución, fue congelado como un dogma científico, comparable —según Engels— con la teoría de la evolución de Darwin.
Hoy, recuperar a Marx implica despojarlo de su coraza ideológica, leerlo sin prejuicios ni veneración, y entenderlo en su contexto, como un producto del siglo XIX que intentó descifrar las leyes sociales con el mismo rigor que las ciencias naturales. Solo así podremos dialogar con su legado sin repetir fórmulas vacías ni caer en oposiciones simplistas. Porque, para entender a Marx, hay que leerlo, no invocarlo.
Comentarios potenciados por CComment