La famosa vara de la ética
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Por Jorge Pignataro
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jpignataro@laprensa.com.uy
Hay frases que se han vuelto comunes en el discurso público, muletillas tan gastadas que ya ni pensamos en lo que realmente significan. Una de ellas es esa tan frecuente “Con todo respeto...”, que muchos usan como escudo antes de lanzar una crítica u opinión que saben que incomodará. Pero, ¿qué sentido tiene pedir permiso para disentir, si el respeto debería ser una condición siempre de toda conversación civilizada? Si lo que uno va a decir no se sostiene sin herir, no es un argumento, es un ataque. Por eso, personalmente, no necesito empezar mis opiniones con ese pedido preventivo: si no hablo con respeto, directamente no hablo. Dicho esto, vuelvo sobre asuntos que no se pueden maquillar ni disimular con frases diplomáticas. Dije la semana pasada —y lo mantengo— que lo del doctor Álvaro Danza, director de ASSE, es una barbaridad. No puede ser que alguien en un cargo tan sensible acumule al menos seis puestos más, y que el gobierno lo ampare. No se trata solo de una cuestión administrativa o legal, sino de seriedad, de ética mínima. Sin embargo, mi indignación ante ese caso no me impide, ni me debería impedir, señalar también lo que ocurre con otros, aunque sean de distinto color político. Porque lo que está mal, está mal, sin importar de qué lado del mostrador se cometa.
Por eso, también me parece casi "obsceno" que en Salto Grande haya todavía militantes blancos y colorados “prendidos” en sus cargos, pese a que todo el Parlamento solicitó su renuncia. Gente que prometió irse en marzo, luego en setiembre, y que ahora, en noviembre, sigue aferrada a la silla. Hay falta de decoro, de ética, y sobre todo, de coherencia. Y en política, cuando se pierde la coherencia, se pierde el derecho moral a exigirla en los demás.
No tengo duda alguna de que la JUTEP, en el caso del hijo del secretario general de la Intendencia, actuó movida por intereses políticos. Tampoco hay nada ilegal en esa designación, lo sé. Pero que algo no sea ilegal no lo hace correcto. Ética y legalidad no son sinónimos, aunque muchos prefieran confundirlos. En este caso, lo que falla es la ejemplaridad. Y cuando un gobierno llega al poder prometiendo cambiar prácticas de favoritismo, debe empezar por no repetirlas, menos si se trata de parentescos.
Tampoco puedo aprobar que un edil -Furtado- use su influencia para designar a su propia hija en un cargo de secretaría. Ni lo apruebo ahora, ni lo aprobé antes, cuando Fonticiella nombró a su hijo en una dirección, ni cuando Minutti hizo lo mismo con familiares directos. El parentesco no debe ser una puerta giratoria hacia el empleo público. Son cosas que están mal, y punto.
Claro que alguien podría decirme: “esa es tu opinión”. Y sí, lo es. Pero las opiniones también se construyen desde una convicción moral, desde una idea de justicia que no se acomoda según conveniencias. Porque, como escribió Onetti, “los hechos son recipientes vacíos que toman la forma del sentimiento que los llena”. Cada cual juzgará los hechos según su propio sesgo, su interés o su simpatía. Pero si renunciamos a medirlos con una vara ética, entonces nada vale más que nada, y todo termina siendo justificable.
Esa es la raíz del problema: la ética dejó de ser el norte y pasó a ser una excusa. Ya casi nadie se pregunta si algo está bien o mal; se pregunta si conviene o no, si perjudica al propio sector o beneficia al contrario. Pero la moral pública no puede ser selectiva, porque cuando la ética se vuelve partidaria, deja de ser ética.
Por eso, conviene recordar que el respeto —ese que algunos mencionan antes de hablar— no se demuestra con palabras huecas, sino con coherencia. No hace falta decir “con todo respeto” cuando se actúa con decencia. El verdadero respeto se ejerce cuando uno es capaz de criticar lo propio con la misma firmeza con que critica lo ajeno. Y eso, en tiempos de confusión moral, parece ser el gesto más revolucionario de todos.
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