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Hay una especie de excitación política en la Argentina donde nadie escucha a nadie. Cristina ha sido destrozada por tantas causas probadas en la Argentina y hay una línea de adeptos que la consideran Evita o la Virgen María.

No les importa nada, la "Justicia está comprada", o "el diario Clarín" o lo que sea, no hay prueba válida. Por otro lado Milei pone a prueba la racionalidad insultando a todo el mundo mientras se abraza a la baja de la pobreza y la inflación. Habría que preguntarse si la Argentina, tierra fértil de genios de todo tipo, no es capaz de parir políticos comunes y corrientes. Y si la sociedad va a seguir tolerando a todo loquito que se precie de mesías. Llama la atención por el pueblo argentino, tan noble, lleno de solidaridad y bien que los uruguayos podemos dar muestras de eso por las decenas de miles de orientales que han buscado y encontrado cobijo en la tierra de San Martín y se han sumado como un argentino más. O sea que la grandeza del pueblo argentino está probada, el problema es su clase política.

Giuliano da Empoli, uno de los cientistas políticos más llamativos en la escena internacional, que estuvo en Buenos Aires, acaba de escribir el libro La hora de los depredadores. Él dice que el caos ya no es más el arma de los insurgentes sino el sello del poder. Asegura que al caos lo genera el poderoso al romper las reglas. Es alguien que, según el autor, irrumpe en la escena como lo hace Dios, modificando lo conocido y alterando las reglas de juego, generando un efecto prodigioso. Eso sí, dañando también la vida institucional. Resulta habitual en democracias más débiles y dependientes de quien manda.

La pregunta que se hace Da Empoli es sobre muchos líderes políticos, en el centro de los cuales está Trump. La pregunta que cabe en la Argentina es: ¿Milei vino a regenerar o es la última etapa de un proceso de declinación? ¿Es un sanador de la política o un depredador? dice el analista Carlos Pagni.

Fijémonos lo complicada que fue la salida del poder del primer gobierno de Donal Trump, donde quisieron tomar el capitolio y no aceptaban el triunfo legítimo del demócrata Joe Biden. Parecía mentira el deterioro institucional de un país lleno de institucionalidad como los Estados Unidos de América. Qué dejamos para el resto entonces.

Miremos por ejemplo el caso de Bukele. Es complejo pero hay una apuesta al resultado tremenda. Pero Bukele hasta forzó la reelección; eso sí, anduvo cerca del noventa por ciento, fue arrollador, como su política anti mafias que los metió a todos para adentro en una especie de estado de excepción donde armó una cárcel para cuarenta mil personas, donde no nos da la cabeza para pensar un complejo así, del que no sale nadie, donde no se reciben visitas, donde la comida es con la mano, donde todo funciona y manda sol él. Pero la gente chocha pues llegó al resultado esperado. Paz para El Salvador. Es a eso, lo que va la gente cuando arriesga el voto. Un analista argentino decía hace poco, luego de la derrota de los candidatos de Milei en las elecciones en la provincia de Buenos Aires, "la gente alquiló a Milei, no lo compró", lo que habla de un concepto interesante. Lula Da Silva decía luego de ganar una elección que él tenía un solo voto, el de él mismo, el resto tenía que volver a conquistarlos con su gobierno, otro apunte interesante.

Pero vemos cierta locura de la gente por resultados lo que no está mal pero no deberíamos perder de vista la institucionalidad. Jamás.

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