La mentira mejor paga
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Por el Dr. Pablo Ferreira Almirati
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estudioferreiraalmirati@gmail.com

Días pasados se votó la venia de Carolina Ache como embajadora en Portugal. La decisión contó únicamente con los votos del Frente Amplio; todos los demás partidos se opusieron y, dentro del FA, algunos legisladores expresaron su disconformidad con la designación, pero votaron por disciplina partidaria, tal es el caso del senador Gustavo González. Esta venia, como otras, demuestra el bochorno que es hoy el Ministerio de Relaciones Exteriores en nuestro país: enviamos embajadores que no cuentan con el consenso necesario para ser “representantes” de todos los uruguayos; son embajadores por favores políticos, representan a sus amigos.
Desde el advenimiento de la democracia se había institucionalizado una política de Estado en lo referente a Cancillería y, más de una vez, se rechazaron venias por no contar con el apoyo mayoritario. Nunca se persiguió la unanimidad, pero siempre se sostuvo que debían tener una amplia aprobación que los erigiera en verdaderos “representantes”.
Otras venias que se votaron también dan vergüenza. Juan Raúl Ferreira fue designado embajador en el Vaticano, con la oposición de los partidos Blanco y Colorado. Este sujeto —hijo del líder indiscutible del Partido Nacional, que dio la vida por sus ideas — es un mercader de la política, un ser sin escrúpulos que vendió el prestigio de Wilson por cargos. Ahora le pagaron con esa embajada. Todo ello demuestra la pobreza en que hemos caído al momento de las designaciones.
Si lo de Juan Raúl fue penoso, lo de Carolina Ache es bochornoso por donde se lo mire. Fue vicecanciller en el gobierno de Luis Lacalle Pou, cargo al que accedió por su afiliación al Partido Colorado, y protagonizó un episodio que aún se encuentra en etapa indagatoria: el tan sonado caso Marset, por el cual no solo se entregó un pasaporte a sabiendas de que era un narco buscado internacionalmente, sino que se facilitó la gestión estando preso en Dubái. Es, sin duda alguna, el incidente más espinoso del anterior gobierno.
Todo comienza con una reunión mantenida en Cancillería entre el abogado penalista Alejandro Balbi y Carolina Ache. Balbi solicitó audiencia y comenzó la gestión que llevaría a la entrega del pasaporte al narco. Las explicaciones de Ache sobre esa reunión son ridículas y ofenden la inteligencia de los ciudadanos. Manifestó que lo único que hablaron fue sobre la fecha en que se enviaba la valija diplomática; solo eso, nada más. Cuesta creer que, sabiendo que Balbi ejerce casi exclusivamente en materia penal, Ache no se hubiera interesado por el caso concreto. Una cosa es una familia de turistas en Dubái que pierde la documentación, y otra muy distinta es un narco preso en Dubái.
Si no lo hizo —si por un minuto le creyéramos— Ache es una incompetente absoluta, e inhabilitada para ser embajadora. Cuando este caso salió a la luz, Ache tomó un rumbo errático: grabó conversaciones con su jerarca, ocultó pruebas, hasta que no pudo con la presión, contrató al ex fiscal de Corte Jorge Díaz y denunció a sus superiores y a todos los que estaban en la trama. La única impoluta resultaba ser ella, justo ella que inició todo el mecanismo. Pero, obvio, Jorge Díaz, el todopoderoso prosecretario de Presidencia, no solo la defendió ante Fiscalía, sino que, en reconocimiento al escrache que hizo al Partido Nacional, hoy la premia con una embajada.
Ayer el FA la llamaba mentirosa, hoy la llama “Embajadora Ache”.
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