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Esta mañana me puse a pensar en las Bienales de Arte que se realizaban en Salto. Tuvimos ese privilegio durante muchos años. Salto fue así, una verdadera referencia cultural no solo para el país sino también a nivel internacional. El Museo Olarreaga Gallino, el Mercado 18 de Julio, entre otros espacios —algunos incluso en el interior del departamento y a cielo abierto, como los cerros de Pueblo Fernández allá por el año 2011— eran los escenarios habituales de tan distinguidos eventos. Pero un día, todo se terminó.

También me acordaba, hace unos días, cuando entre los años 2013 y 2014 la Intendencia de Salto, a través de su Dirección de Cultura, entregó 12.000 libros a las más variadas instituciones: escuelas, liceos, universidades, centros barriales, hogares de ancianos, salones comunales. Fue una movida cultural sin precedentes que acercó la lectura a los rincones más diversos del departamento. Pero un día, ya nadie gestionó nada de eso, y todo se terminó.

Recuerdo también —ahora mientras escribo estas líneas— cuando Salto era centro de atención de los escritores de toda Latinoamérica por organizar dos de los más importantes concursos literarios del país: los Premios Internacionales “Horacio Quiroga” (de cuentos) y “Marosa di Giorgio” (de poesía). Traían a la ciudad nombres de peso, figuras literarias que se interesaban por lo que aquí pasaba. Era motivo de orgullo. Y un día, todo se terminó.

Pero ahora, estimado lector, lo invito a pensar en cosas más concretas, por llamarle de alguna manera. Cosas bien materiales que todavía tenemos entre nosotros, como el Muelle Negro. Recuerdo cuando se inauguró: era una belleza. Conjugaba lo estético, lo histórico, lo práctico... Maderas y metales con mucho brillo, preciosos faroles, luces muy bien dispuestas... ¿Qué más pedir? Un paseo espléndido, único, lleno de encanto. ¿Vio usted cómo está hoy? Roto, oscuro, abandonado.

Nadie crea que el objetivo de esta enumeración que estamos anotando es alabar o criticar en particular a tal o cual período de gobierno. Lo hacemos para demostrar que cuando los gobiernos cambian, hay cosas que se deberían mantener. Sin embargo, es habitual que cambie una administración y pretenda borrar de un plumazo un montón de cosas, sin analizar debidamente la pertinencia o no de hacerlo. Sin medir las consecuencias. Casi como diciendo: "Si a esto lo hicieron otros, vamos a terminarlo". Al menos, tenemos esa sensación. Una pena.

Hace un tiempo, hablábamos con personas muy allegadas a la organización de la Fiesta de la Cerveza de Paysandú —un evento ya más que tradicional y exitoso, que en este 2025 llegó nada menos que a su edición 58°— y sostenían que "la clave del éxito ha sido mantener la fiesta a lo largo del tiempo", y que para ello "fue fundamental que todos los gobiernos hayan apostado a su continuidad". Esa constancia, ese compromiso institucional -e interinstitucional- más allá de colores político-partidarios, explica por qué hoy la Fiesta de la Cerveza es una referencia nacional.

La cultura no puede depender únicamente del signo político de turno. Es una construcción colectiva; es una herencia que, como tal, se transmite, se cuida, se adapta, pero no se abandona. Es identidad, memoria, oportunidad para el presente.

En un mes y pocos días, estará asumiendo un nuevo gobierno departamental. ¿Será mucho pedir que, para mantener, quitar o hacer resurgir determinadas cuestiones, se mire el bien de todos y no quién las hizo o dejó de hacerlas en el pasado?

Sería un verdadero gesto de madurez política y compromiso ciudadano pensar a largo plazo, sin egoísmos, sin mezquindades. Porque, al fin de cuentas, lo que está en juego no es la imagen de una administración, sino la calidad de toda una comunidad.

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