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No sé si es el frío o los años, pero cuando uno empieza a doblar el codo de la vida, comienzan a florecer recuerdos simpáticos que uno lleva con alegría y cierto orgullo. Haber nacido en una época sin internet, sin celulares, sin mil pantallas, no era necesariamente mejor… pero sí era distinto. Y esas cosas simples, cotidianas, eran nuestra distracción y felicidad.

Recuerdo con cariño cuando el campito era nuestra cancha de fútbol. No había PlayStation, pero sí emoción real en cada gol gritado entre gritos y patadas. Los dibujitos en la tele eran a las seis de la tarde y duraban media hora. Y los sábados mirábamos “Grandes Valores del Tango” porque... era lo único que había. Quizás no fue “lindo” haber vivido en ese tiempo —no todo era color de rosa—, pero fue lo que nos tocó. Y hoy, en esta etapa de mi vida, elijo quedarme con lo pintoresco, con lo simpático. Con lo que saca una sonrisa.

La tecnología me supera. Lo reconozco. Mi nieto de ocho años anda volando. Me dice si va a llover o no, consulta el clima desde una aplicación, y hasta me explica cómo hacer videollamadas. ¡Hablar con alguien viéndole la cara! Algo que en mi infancia solo hacía el Super Agente 86 en la televisión. Y uno pensaba que era pura fantasía.

Todo esto ocurrió allá, en mi viejo y querido barrio Artigas de Salto, y el protagonista de este recuerdo inolvidable es Ernesto “Pichu” Vargas, un vecino entrañable que ya no está con nosotros, pero que seguimos recordando con afecto y sonrisas.

El “Pichu” estaba dirigiendo  a los veteranos de Gladiador, y en aquella ocasión jugaban contra Salto Grande en la cancha en el barrio. El equipo rival tenía a todos los buenos, una verdadera selección que no dejaba respirar. Gladiador no pasaba la mitad de la cancha. Pero el “Pichu” no se rendía. Iba de un lado al otro, giraba sobre sí mismo, gritaba como un técnico de primera: “¡Por las puntas! ¡Centro, centro!”, con sus gestos y su voz grave.

El árbitro del partido era Cardelino, que además de pitar en la Liga Agraria y los veteranos… trabajaba en el CYBARAN. ¿Y saben quién era su capataz? Justamente: el “Pichu” Vargas.

A los 20 minutos del primer tiempo, contra todo pronóstico, Gladiador llega al área rival. Y ahí se escucha con voz potente el Pichu Vargas: “¡Penal, Cardelino!”. Y como por arte de magia, suena el silbatazo. Penal.

Los jugadores de Salto Grande rodean al juez: “¡Estás cobrando al grito, Cardelino!”. Vuelan empujones, protestas. Cardelino, serio, con la mano en el bolsillo como quien dice “hasta acá”, o saco la roja. Los reclamos siguen, la indignación crece.

¡Estas cobrando al grito Cardelino! La repuesta de Cardelino fue firme;  ¡No va saber el Pichu con la experiencia que tiene!

Nos reímos, nos acordamos y lo mantenemos vivo. Porque algunos personajes, como “el Pichu”, se vuelven parte del alma del barrio. Y porque en los recuerdos más simples, está también lo mejor de nosotros.

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