La Prensa Hacemos periodismo desde 1888

Uruguay fue, durante décadas, un país con voz. Una voz respetada, serena pero firme, capaz de hacerse oír en los foros internacionales cuando se trataba de defender principios, derechos y valores. Esa tradición diplomática —que honraba la coherencia, la paz y el humanismo— parece hoy extraviada entre la prudencia mal entendida y el silencio que incomoda.

El reciente Premio Nobel de la Paz otorgado a la venezolana Corina Machado podría haber sido una oportunidad ideal para que el país reafirmara su compromiso con la democracia y los derechos humanos. No se trataba de aplaudir ni de condenar, sino de reconocer un hecho de relevancia mundial que, además, toca de cerca a América Latina. Sin embargo, el gobierno uruguayo eligió callar. Y cuando finalmente habló, lo hizo a través de un presidente que parece más interesado en esquivar las preguntas que en marcar posición. “Me sorprendió”, “tal vez había que declararlo desierto”, “no soy de opinar sobre estos premios”… fueron las frases sueltas, desganadas, del presidente Yamandú Orsi. Palabras que no dicen nada, o que dicen, precisamente, lo que no debería decir un país que tuvo una voz clara y respetada en el mundo.

No es la primera vez que ocurre. La ausencia de postura clara sobre el conflicto entre Israel y Palestina volvió a confirmar la tendencia del actual gobierno: Uruguay se limita a mirar desde la orilla. Mientras el mundo reacciona, debate y se pronuncia, nuestro país guarda silencio o lanza frases vagas, como ese “parece un milagro” con el que el presidente comentó el reciente acuerdo de alto el fuego. No se trata de exigir declaraciones grandilocuentes ni discursos moralistas. Se trata de asumir que el silencio también comunica. Cuando el jefe de Estado calla, el país entero calla con él. Y esa falta de voz, en un momento en que el mundo busca salidas a conflictos que desangran pueblos enteros, es más que una omisión: es una renuncia a la tradición diplomática que supimos construir.

Es cierto que un gobierno joven puede intentar actuar con prudencia en el terreno internacional. Pero prudencia no es pasividad. Hay una línea muy fina entre la cautela y la indiferencia, y el gobierno de Orsi parece haberla cruzado con peligrosa naturalidad. El silencio puede ser estratégico en ciertos contextos; en otros, es simplemente una forma elegante de mirar hacia otro lado. En el caso del Nobel de Machado, la falta de pronunciamiento deja flotando una duda inevitable: ¿se trata de prudencia diplomática o de incomodidad política? ¿Será que el partido de gobierno, con su pasado de afinidad con el chavismo, prefiere no remover viejos fantasmas?

Uruguay no puede resignarse a ser un país sin voz. Nuestra historia diplomática se construyó sobre la base de la coherencia, la defensa del derecho internacional y el respeto a la dignidad humana. Callar ante acontecimientos que comprometen esos valores no es neutralidad: es complicidad por omisión. El presidente Orsi debería comprender que el silencio no lo protege: lo define. Y define también a un país que, si continúa por este camino, corre el riesgo de volverse irrelevante en el concierto internacional.

Uruguay no necesita más silencios, sino una palabra clara, coherente y valiente. Porque cuando un país que supo tener voz elige callar, lo que se apaga no es solo su diplomacia: es parte de su dignidad como nación. Y frente a eso, no hay prudencia que justifique la indiferencia.

Comentarios potenciados por CComment

Ranking
Recibirás en tu correo electrónico las noticias más destacadas de cada día.

Podría Interesarte