Respeto en la vejez, una deuda pendiente de nuestra sociedad
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Por Angélica Gregorihk
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Cada 15 de junio, el mundo conmemora el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, una fecha instaurada por la ONU para visibilizar y denunciar las múltiples formas de violencia física, emocional, económica o institucional que padecen muchos adultos mayores. Es una jornada necesaria para detenernos, reflexionar y preguntarnos ¿cómo estamos tratando a quienes nos precedieron en la vida?
La vejez es una etapa natural y esperable en el ciclo vital, que inicia alrededor de los 65 años. Sin embargo, en una sociedad que muchas veces idealiza la juventud, la productividad y la autosuficiencia, la vejez se vuelve invisible, marginada e incluso incómoda. En lugar de recibir cuidado, reconocimiento y afecto, muchas personas mayores enfrentan abandono, maltrato y soledad.
Con el envejecimiento llegan cambios físicos y mentales progresivos, disminución de la movilidad, pérdida de neuronas, alteración de la memoria, reducción en la capacidad de adaptación, entre otros. Estos procesos no deberían implicar una pérdida de dignidad ni de derechos. Al contrario, es precisamente en esta etapa cuando más deberían afianzarse los lazos de empatía, protección y contención social y familiar.
Sin embargo, la realidad dista mucho de ese ideal. En numerosos países, especialmente aquellos con altos índices de pobreza y desigualdad, los ancianos sobreviven en condiciones precarias, sin acceso a salud, alimentación adecuada o compañía. En algunos casos, los familiares no cuentan con los recursos económicos o el tiempo para brindarles la atención que requieren, y terminan delegando su cuidado a terceros. Lamentablemente, esto no pocas veces deriva en situaciones de abuso físico, psicológico o financiero. Muchas veces, el adulto mayor ni siquiera se atreve a denunciar lo que vive, atrapado entre la dependencia y el miedo.
Otro factor no menor es la soledad. Tras la jubilación, muchas personas mayores pierden sus rutinas, sus redes de socialización y, con ello, un sentido de pertenencia. Dejan de sentirse útiles. Se sienten desplazadas. Por eso, es fundamental generar espacios donde puedan reintegrarse, participar de talleres, actividades culturales, sociales o deportivas, según sus posibilidades. No solo se trata de prolongar la vida, sino de vivir con sentido, dignidad y alegría todos los días de su vida.
También hay un llamado ético que no podemos ignorar, la empatía intergeneracional. Todos sin excepción vamos camino a la vejez. ¿Cómo nos gustaría ser tratados cuando lleguemos a esa etapa? Esa sola pregunta debería bastar para entender que no se trata de hacer caridad, sino de reconocer derechos humanos fundamentales. No deberíamos permitir que una persona mayor termine sus días sin ser escuchada, comprendida o abrazada.
En Uruguay, como en muchos países, la población envejecida va en aumento. Las estadísticas así lo demuestran, y el desafío es claro, adaptar nuestras políticas públicas, nuestros entornos urbanos, nuestros servicios de salud y nuestras actitudes personales a esta realidad demográfica. No es una opción; es una responsabilidad compartida.
Los adultos mayores tienen historias, saberes, afectos, sabiduría y experiencias que nos pueden ofrecer. Pero también tienen necesidades, fragilidades y dolores que deben ser atendidos con respeto. El maltrato no siempre se expresa en golpes o gritos. A veces se manifiesta en la indiferencia, en la exclusión, en la falta de paciencia, en la burla o en el silencio. Y ese tipo de violencia es igual de devastador.
Por eso, este 15 de junio no debería ser solo una fecha conmemorativa. Debe ser un punto de partida. Como sociedad, necesitamos asumir que envejecer no debería ser sinónimo de sufrimiento. Que cada gesto cuenta, una visita, una palabra amable, una escucha atenta. A veces, eso basta para iluminar la vida de alguien que vive en penumbra. Hoy somos jóvenes, pero mañana seremos mayores. Lo que sembramos hoy como comunidad será el fruto que recojamos en el futuro.
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