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Nadie lo esperaba. Pero fue. El hasta entonces intendente de Salto apareció solo, sin séquito, sin abrazos, sin desembarcos, en el acto de asunción del nuevo  intendente.  Sentado en la fila principal, serio, distante, y lo primero que se notó fue su cara: la de alguien que ha perdido. No aplaudió ni una sola vez los discursos del nuevo intendente, Carlos Albisu. Solo se puso de pie cuando sonaron los himnos, como manda el protocolo. El resto del tiempo permaneció sentado, con la mirada fija, como si nada de lo que ocurría tuviera que ver con él.

Cuando terminó el acto, se fue por detrás del escenario. Tuve la intención de alcanzarlo, de hacerle algunas preguntas. Pero un colega, amigo de años, me puso la mano en el hombro y me dijo: “No da, Pedro. Ya fue”.

Esa frase quedó resonando en mi cabeza. Porque sí, ya fue. Volvió a la calle sin pena ni gloria, como quien termina un largo turno de trabajo y se va a su casa, pero sin la satisfacción del deber cumplido. Sin discursos políticos, sin Papá Noel, sin caja de verduras, y la zanahoria… quién sabe dónde fue a parar. Apareció solo y triste, como dice el tango.

Se va dejando atrás una intendencia con un déficit de 55 millones de dólares. Se va dejando a más de 300 monotributistas en la incertidumbre, con la dura realidad de comenzar de cero, de repente sin ingresos, sin reuniones partidarias ni promesas de cargos. Se va dejando una estructura debilitada, cargada de militantes que entraron por la ventana de la política y en poco tiempo ya eran funcionarios presupuestados.

No es solo el déficit económico lo que deja. Es también el político, el simbólico. El Frente Amplio, que alguna vez fue esperanza de renovación para Salto, terminó en esta última década convirtiéndose en un modelo de lo que no se debe hacer. Y no lo digo yo: lo dicen los números, los rostros en la calle, los silencios en los barrios. Lo dicen incluso los votantes de toda la vida, que esta vez decidieron cambiar.

Ahora el desafío es para el nuevo intendente. No solo deberá ordenar las cuentas, sino también las confianzas rotas. Entre sus primeras tareas estará pagar la millonaria deuda con los medios de comunicación locales, contratados hasta último momento en una suerte de despedida publicitaria sin retorno.

Pero volvamos al gesto inicial. A ese momento simbólico: fue. Dio la cara. Estuvo ahí. Como se dice en el barrio, “aguantó la toma”. Sin aplausos, sin sonrisas, sin discurso. Solo, como cualquier ciudadano más.

Carlos Albisu subió al escenario con la cara de la victoria. Esperemos que en unos años esa cara no se transforme en la del que se va derrotado, como Andrés Lima, cargando con la frustración de no haber estado a la altura de un departamento que merece más.

Como en el fútbol, no alcanza con ponerse la camiseta. Hay que jugar bien, y sobre todo, saber pasar la pelota. En Salto, el último equipo se fue goleado. Ahora el pueblo espera un nuevo partido… y un mejor resultado.

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