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La contaminación acústica se ha convertido en uno de los problemas de convivencia más extendidos en nuestra ciudad. Lo sufrimos en plazas, parques y paseos públicos, donde motos con caños de escape libres y vehículos equipados con potentes equipos de audio circulan o se detienen a reproducir música a volúmenes que impiden disfrutar un momento de paz. Para quienes buscamos en esos espacios un respiro, la experiencia termina siendo más parecida a una agresión que a un disfrute ciudadano.

A ello se suma la situación en los barrios, donde muchos vecinos padecen a diario la costumbre —cada vez más arraigada— de escuchar música a niveles que traspasan paredes y ventanas. El descanso, ya sea la siesta o el sueño nocturno, se vuelve imposible cuando el ruido ajeno invade la intimidad del hogar. No se trata de intolerancia, sino de respetar un derecho básico: vivir en un ambiente saludable. Una problemática, que se ha vuelto tan habitual que parece normalizada. Aunque la Intendencia cuenta con un servicio dedicado a atender denuncias por ruidos molestos, la respuesta rara vez llega con la celeridad y seriedad que merece un contribuyente que paga sus impuestos y solo pide tranquilidad. Es necesario, y urgente, que se adopten medidas más firmes y efectivas. La convivencia se construye entre todos, pero también requiere autoridades presentes que protejan el bienestar común.  Juan de Cien Manzanas.

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