La Prensa Hacemos periodismo desde 1888

No es la primera vez que nos referimos a estos temas. A fines del siglo XIX, el río Uruguay no era solo un límite natural ni un paisaje identitario: era una auténtica autopista fluvial que conectaba pueblos, economías y culturas. Desde Salto partían grandes vapores rumbo al sur, enlazando puertos del litoral hasta alcanzar Buenos Aires. Aquellas travesías, hoy casi olvidadas, marcaron una época de esplendor industrial y de intensa vida portuaria que vale la pena revisitar, no solo desde la nostalgia, sino también desde la proyección futura.


Salto fue, en aquellos años, un centro industrial de primer orden. En sus astilleros —considerados entre los más importantes de América— se fabricaban vapores de notable porte, algunos de hasta 50 metros de eslora, verdaderos gigantes para la época. Estas embarcaciones no solo transportaban pasajeros, sino también cargas y sueños, integrando a la ciudad al circuito comercial y social del Río de la Plata.

Uno de los nombres que sobresale en esa historia es el de Saturnino Ribes, quien trajo desde Europa el célebre vapor Pingo. Esa nave, símbolo de modernidad y progreso, descansa hoy en las costas de Concordia, reconvertida en sede deportiva. Aún puede verse desde la popular “Verde” o la “Vasca”, como testimonio silencioso de una era en la que el río dictaba el ritmo de la vida regional.

De dimensiones similares se construyeron otros vapores emblemáticos, como el Surubí. Su destino fue trágico: a principios de la década de 1930, una gran tormenta lo hundió frente al Rowing Club. El temporal también dañó severamente a otro buque casi gemelo, el Corrientes, poniendo en evidencia la fragilidad de aquellas moles de hierro frente a la furia de la naturaleza. Para entonces, sin embargo, los vapores ya comenzaban a perder protagonismo.

El avance del ferrocarril primero, y el desarrollo de las carreteras después, fueron ganando terreno como medios de transporte más rápidos y previsibles. El automóvil terminó de consolidar un cambio de paradigma. Así, las travesías fluviales entre Salto, Montevideo y Buenos Aires fueron quedando relegadas, hasta desaparecer casi por completo. El río siguió allí, pero dejó de ser la vía principal.

Ha pasado más de un siglo y las realidades son otras. Sin embargo, el río Uruguay sigue siendo el mismo: amplio, navegable y cargado de historia. Cuando el nivel de las aguas lo permite, mantiene intactas sus condiciones para la navegación. Y es allí donde surge una pregunta tan simple como provocadora: ¿por qué no reeditar aquellas travesías del siglo XIX?

Imaginar barcos de pasajeros recorriendo nuevamente el litoral, con paradas en los puertos intermedios, invita a pensar en un turismo distinto. Un turismo lento, cultural, que permita visitar ciudades costeras, conocer su patrimonio, su gastronomía y su gente, antes de arribar a Buenos Aires. Sería una propuesta que combine historia, paisaje y experiencia, en sintonía con las tendencias actuales del turismo fluvial y sustentable.
Claro está que no se trata solo de romanticismo. Un proyecto de estas características requiere estudios de viabilidad, planificación logística e inversiones significativas. Pero también demanda visión estratégica. La búsqueda de inversores debería ir acompañada de facilidades claras y de un marco que incentive la iniciativa privada, entendiendo que los beneficios no serían solo empresariales.

El impacto positivo sobre el turismo y la economía de Salto podría ser considerable. Recuperar el vínculo con el río significaría generar empleo, dinamizar servicios, revalorizar el puerto y reforzar la identidad histórica de la ciudad. En tiempos en que se buscan nuevas alternativas de desarrollo, mirar al pasado puede ser, paradójicamente, una forma inteligente de pensar el futuro.
El río está allí, esperando. Tal vez haya llegado el momento de volver a escucharlo.

Comentarios potenciados por CComment

Ranking
Recibirás en tu correo electrónico las noticias más destacadas de cada día.

Podría Interesarte