
María de los Ángeles Machado, Directora /
De cárcel a comunidad: la transformación del INR en Salto
Un cambio de paradigma penitenciario
Cuando se habla de la cárcel de Salto, muchos aún imaginan celdas oscuras y hacinamiento. Pero desde hace 15 años, el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) ha trabajado en un cambio profundo: pasar de una lógica punitiva a un modelo centrado en la rehabilitación y la reinserción social. Esta transformación, según María de los Ángeles “Kake” Machado, directora del establecimiento, se ha construido con esfuerzo colectivo, convicción institucional y una visión cultural y educativa innovadora. De estas cuestiones conversó Machado en reciente entrevista desde la Sala de Streaming de LA PRENSA.
Orígenes de un nuevo enfoque
El INR nació tras un informe crítico de organismos internacionales de derechos humanos en 2005, que denunció vejaciones y torturas en el sistema penitenciario uruguayo. A raíz de ello, todos los partidos políticos coincidieron en la necesidad de reformar el sistema. Así se creó por ley en 2010, y comenzó su ejecución en 2012. Desde entonces, las cárceles departamentales dejaron de depender de las jefaturas policiales y pasaron a formar parte del nuevo instituto.
Machado enfatiza la creación de nuevas figuras y estructuras: desde el escalafón civil penitenciario hasta la especialización de la policía en contexto de encierro. "Hoy, quien trabaja en una cárcel no es un policía cualquiera", dice. “Se ha capacitado en mediación, negociación, abordaje de crisis”.
Rehabilitación con rostro humano
Uno de los pilares del nuevo paradigma es la incorporación de técnicos civiles: psicólogos, trabajadores sociales, educadores y gestores culturales. “No se trata solo de encerrar”, subraya Machado. “La Constitución dice que la única privación es la del derecho ambulatorio. Los derechos culturales, educativos, de salud y dignidad siguen vigentes”.
Por eso, en la unidad de Salto, la cultura no es un lujo: es una herramienta fundamental. Allí funcionan talleres de teatro, música, cine y literatura. Incluso cuentan con un elenco teatral que ya cumple nueve años y ha salido a actuar fuera del penal con autorización judicial. “Eso cambia la vida de las personas privadas de libertad y también de sus familias”, asegura.
De cárcel cerrada a espacio abierto
Uno de los hitos más importantes fue la creación de una sala cultural, con luces, sonido y equipamiento audiovisual. “Primero pensamos en usarla solo dentro del penal, pero luego nos preguntamos: ¿por qué no abrirla a la comunidad?”, cuenta Machado. Y así lo hicieron.
Ubicada en un barrio periférico y popular de Salto, la cárcel se transformó en un polo de referencia cultural. Vecinos, familias, artistas y organizaciones comenzaron a participar. “La cárcel dejó de ser un agujero negro. Ahora es parte de la ciudad”, resume.
La resistencia social y el argumento económico
Sin embargo, no todos lo entienden. “Mucha gente aún cree que los presos no deberían tener acceso a cultura, ni educación, ni música. Que deberían pagar su pena en silencio”, reconoce la directora. Pero se apura a responder con claridad: “Eso no es legal ni humano. La Constitución prohíbe las penas crueles y la tortura”.
Además, Machado apela a la lógica del bolsillo: “Cada persona presa le cuesta al Estado entre 45.000 y 50.000 pesos al mes. Si no invertimos en rehabilitación, la reincidencia es altísima y el costo social y económico se multiplica”.
El desafío del hacinamiento
Aunque los avances son evidentes, los desafíos persisten. En Salto hay hoy 540 personas privadas de libertad, en un centro originalmente pensado para 230. “Hemos sumado 100 plazas nuevas en los últimos tres años, pero seguimos con hacinamiento. En lugar de una persona por celda, tenemos dos o más”, admite Machado.
La situación es particularmente crítica en la cárcel de mujeres, donde el crecimiento ha sido exponencial. “Pasamos de 20 a más de 80 mujeres, y de 3 a casi 20 niños viviendo con sus madres. Y el sistema no estaba preparado para esto”.
A pesar de ello, el año pasado se inauguró un nuevo edificio con espacios adecuados para madres con hijos, lo que representó un paso fundamental en dignidad y condiciones de vida.
Una construcción colectiva
Consultada sobre el reconocimiento que recibió hace poco tiempo por su labor —el Premio Fausto, otorgado por la Asociación de Profesionales de la Comunicación—, Machado es clara: “El logro no es mío. Es del equipo. Si mañana yo me voy, esto tiene que seguir. Porque no es el proyecto de una persona, sino una construcción colectiva”.
Destaca también el respaldo de las jerarquías institucionales, que han respetado y apoyado los procesos desarrollados desde el INR de Salto.
Hacia el futuro: presupuesto y puertas abiertas
¿Y qué anhela para el futuro? Machado responde sin titubeos: “Presupuesto. Y entendimiento de la sociedad. Que se abran más puertas, que se tienda más la mano. Eso nos va a cambiar exponencialmente”.
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