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El valor del dólar en Uruguay ha generado renovada inquietud en los sectores exportadores, que ven cómo la moneda estadounidense merodea la franja de los $40 —aunque cerró a $41,066 en la última jornada—, encendiendo alertas sobre un posible “atraso cambiario”. Sin embargo, economistas como José Antonio Licandro descartan esta interpretación, al sostener que en un esquema de libre flotación, donde el tipo de cambio no es manipulado por el Banco Central del Uruguay (BCU), no puede hablarse de atraso.

La discusión de fondo gira en torno al modelo económico que impulsa el nuevo presidente del BCU, Guillermo Tolosa, cuya prioridad es alcanzar una inflación baja y estable —con una meta del 4,5%— más que intervenir en el precio del dólar. Esta política, enmarcada en un régimen de metas de inflación (“inflation targeting”), se distancia de antiguos planes de estabilización que solían anclar la economía al tipo de cambio, con altos costos para el sector exportador.

Tolosa ha insistido en que un dólar relativamente bajo no necesariamente implica pérdidas para los exportadores, citando ejemplos internacionales donde sectores productivos logran eficiencia y rentabilidad sin depender de un tipo de cambio alto. Pero los empresarios, que enfrentan presiones de costos internos y dinámicas salariales, no se muestran convencidos, y se mantienen firmes en expectativas inflacionarias que rondan el 6,5%, por encima de la meta oficial.

La economista Deborah Eilender, del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), pone el foco en esa desalineación de expectativas entre el sector privado y la autoridad monetaria. A su entender, esa brecha es la que termina afectando las decisiones de inversión, fijación de precios y negociaciones salariales. Sin embargo, también destaca que las exportaciones están mostrando señales saludables: entre enero y mayo de este año superaron los US$ 5.000 millones, un alza considerable respecto a los dos años anteriores.

Este crecimiento exportador se da a pesar del dólar debilitado, lo que sugiere que no todo está condicionado por el tipo de cambio. La carne, la celulosa y otros productos emblemáticos del país siguen con buen desempeño, en parte por condiciones climáticas favorables y cosechas que se proyectan buenas para el resto de 2025. Aunque hay sectores específicos que deben seguir siendo monitoreados, el panorama no es del todo sombrío.

En el frente internacional, sin embargo, la incertidumbre es la norma. El retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, con una política comercial más proteccionista, ya genera distorsiones en los flujos de comercio. A ello se suman los conflictos geopolíticos: la guerra en Ucrania y, más recientemente, las tensiones entre Israel e Irán, que han disparado los precios internacionales del petróleo. Para Uruguay, importador neto de combustibles, esta suba representa una presión inflacionaria adicional.

Licandro subraya este punto, y cuestiona las políticas internas en torno al precio de los combustibles. Cree que Uruguay debería liberalizar el mercado de los refinados, como lo hizo en su momento con los seguros o las telecomunicaciones, argumentando que una mayor competencia redundaría en beneficios para el transporte, y en última instancia, para los productores y exportadores. Según su visión, mantener esquemas rígidos encarece costos innecesariamente y frena la competitividad.

De cara al futuro, Uruguay enfrenta el desafío de navegar un contexto global volátil, con monedas inestables, tensiones comerciales y conflictos bélicos. En ese entorno, la estrategia de estabilización vía inflación controlada —sin intervenir el tipo de cambio— se presenta como un intento de madurar un modelo económico más previsible y profesional. Pero para que ese camino sea sostenible, será clave que las expectativas de todos los actores converjan hacia los objetivos del BCU.

Mientras tanto, el país debe seguir apostando a sus fortalezas: estabilidad institucional, capacidad productiva agroindustrial y una región que, con el repunte de Argentina, podría ofrecer mejores vientos en el corto plazo. El valor del dólar seguirá siendo un termómetro sensible, pero no el único que define la salud de la economía uruguaya.

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