A 150 años de su nacimiento, Florencio Sánchez volvió a escena en Salto
En el marco de los 150 años del nacimiento de Florencio Sánchez, uno de los nombres inevitables de la dramaturgia rioplatense, la ciudad de Salto vivió anoche una celebración singular y profundamente simbólica. Un grupo de estudiantes del Liceo IPOLL, bajo la dirección de la docente Celina Neira, puso en escena El desalojo en el Centro Cultural Academias Previale, ofreciendo al público una lectura fresca, juvenil y rigurosa de una obra clásica que dialoga, aún hoy, con la crudeza social que inspiró al autor. La función, que colmó la sala, se inscribió en un ciclo de actividades que diferentes centros educativos y culturales vienen desarrollando para recordar al dramaturgo nacido en Montevideo en 1875 y fallecido dramáticamente joven a los 35 años. La fecha redonda del sesquicentenario vuelve a instalar preguntas, matices y debates acerca de su figura, su legado y su aporte real a la literatura y al teatro del Río de la Plata.
Un autor prolífico para una vida demasiado breve
Un aspecto central para comprender a Florencio Sánchez —y que la crítica especializada ha señalado desde hace décadas— es la enorme desproporción entre la brevedad de su vida y la magnitud de su producción. Sánchez escribió mucho, muchísimo, para los escasos años que vivió. Su obra incluye cerca de una veintena de piezas teatrales estrenadas, varias más inconclusas, una intensa producción periodística, cuentos, artículos políticos y textos de intervención social.
Este impulso frenético, casi desesperado por producir, tuvo luces y sombras. Así como permitió la aparición de piezas potentes, populares y socialmente incómodas, también generó un corpus muy desparejo, con notables desniveles entre textos, escenas y construcciones dramáticas. La imagen consagrada del “brillante dramaturgo” forma parte más del imaginario que de una comprobación crítica unánime. En rigor, fue un joven con claras y prometedoras condiciones literarias cuya temprana muerte truncó una evolución que recién estaba comenzando.
Si bien obras como M’hijo el dotor, Barranca abajo o En familia alcanzaron una presencia sostenida en los repertorios teatrales rioplatenses durante décadas, otras piezas suyas revelan limitaciones en la estructura, en el desarrollo de personajes o en la consistencia dramatúrgica. Este contraste lleva a muchos estudiosos a considerar que Sánchez no llegó a consolidar una obra madura; más bien es un autor en tránsito, con destellos de genio pero también con vacilaciones propias de quien trabaja con una intensidad extrema y sin tiempo para reelaborar ni revisar en profundidad.
El Desalojo: una crítica social que aún resuena
Entre las obras de Florencio Sánchez, El desalojo ocupa un lugar particular por su contundencia temática y su capacidad para exponer, sin adornos, la miseria material y moral que atraviesa a los sectores populares en contextos de crisis. Estrenada en 1906, la pieza retrata la angustia de una familia que es expulsada de su vivienda en medio del avance inexorable de una sociedad que no ofrece refugio ni compasión.
La elección de esta obra por parte del grupo estudiantil del Liceo IPOLL no fue casual. Al contrario, fue el resultado de un proceso pedagógico coordinado por la docente Celina Neira, quien buscó una obra capaz de interpelar a adolescentes del siglo XXI, mostrándoles que los conflictos estructurales que Sánchez denunció siguen vigentes bajo otras formas. El trabajo actoral, la preparación escénica y la sensibilidad puesta en cada gesto evidenciaron un acercamiento respetuoso pero no solemne, comprometido pero no rígido, y sobre todo contemporáneo.
La puesta dialogó con el público desde el primer minuto. Las reacciones espontáneas, los silencios que se hicieron densos ante determinadas escenas y el aplauso final demostraron que, más allá de sus irregularidades como autor, Sánchez sigue teniendo la capacidad de incomodar y movilizar a quienes observan la realidad social a través del teatro.
Una figura que genera admiración, debate y revisión
A 150 años de su nacimiento, Florencio Sánchez continúa siendo objeto de reinterpretaciones. La literatura, el teatro y la crítica no lo han dejado en paz, quizá porque su vida abre más preguntas que respuestas. Viajero incansable, periodista polémico, hombre de ideas vehementes, impulsivo, audaz y profundamente sensible a las injusticias sociales, se movió siempre entre Montevideo, Buenos Aires y Rosario, ciudades que marcaron su estética y su visión de la realidad.
Murió en 1910, en Milán, sin recursos, enfermo y prácticamente solo. Este final dramático alimentó la construcción de un mito romántico alrededor de su figura: el del artista incomprendido, del genio marginal que arde demasiado rápido. Pero las investigaciones más recientes señalan que Sánchez, más que un dramaturgo consagrado, fue un escritor con un potencial enorme que trabajó en condiciones extremas y que apenas empezaba a encontrar una voz propia cuando la enfermedad lo venció.
Esta mirada renovada no busca disminuir su importancia, sino ubicarla en su justa dimensión: la de un pionero del teatro rioplatense, alguien que abrió caminos que otros recorrerían más tarde con mayor madurez artística.
La presencia de Florencio Sánchez en Salto
En Salto, la figura de Florencio Sánchez también tiene un anclaje urbano y simbólico concreto. Una de las calles de la ciudad lleva su nombre, y en la esquina donde se inicia —en la intersección con calle Uruguay— se encuentra una placa recordatoria que mantiene vivo su vínculo con el lugar. Son elementos que, si bien discretos, forman parte del entramado cultural que permite que nuevas generaciones se acerquen a su legado.
Que anoche, justamente en esta ciudad, estudiantes secundarios se apropiaran de El desalojo y lo presentaran ante un público atento aporta un capítulo más a esa relación entre territorio y memoria cultural. No fue una actividad escolar más: fue un acto de afirmación artística y comunitaria.
Un legado abierto que invita a seguir creando
Los 150 años de Florencio Sánchez llegan en un momento en que el teatro, la educación y la cultura pública reclaman nuevas lecturas y nuevas voces. Releer a Sánchez es también releer nuestras propias tensiones sociales. Y que esa relectura venga de jóvenes actores y actrices es, sin duda, una señal alentadora.
Si algo demuestra la función realizada por el Liceo IPOLL en el Centro Cultural Academias Previale es que la obra de Sánchez, aun con sus desniveles y sus imperfecciones, sigue ofreciendo un espejo que nos obliga a mirar hacia adentro. Y quizás ese sea, finalmente, el valor más perdurable de su legado: recordarnos que el teatro es una herramienta viva, capaz de cruzar siglos, estilos y generaciones.