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«Rodó vino al mundo bajo el signo de la violencia, en plena guerra civil (llamada La Revolución de las Lanzas), que había estallado un año antes con la sublevación armada del caudillo rural Timoteo Aparicio contra el gobierno de Lorenzo Batlle. Creció, durante la dictadura de Latorre, en la calle de los Treinta y Tres, arropado en el seno de una próspera familia numerosa de tradición liberal, que ya contaba seis hijos. Doña Rosario Piñeyro Llamas, su madre, pertenecía a una familia patricia, establecida en la Banda Oriental del Uruguay desde la época colonial, y su padre, don José Rodó Janer, aunque nacido en Tarrasa (Barcelona), llevaba unos treinta años en Uruguay, después de haber pasado un tiempo en Cuba. La madre transmitió a sus hijos las creencias católicas, que el joven Rodó perdió en una crisis de adolescencia, aunque tanto la familia materna como la paterna eran de tradición liberal, constitucionalista y «colorada».

En la casa se respiraba un ambiente de cultura y en la biblioteca convivían los clásicos españoles con los autores americanos. Comerciante y procurador, don José había mantenido estrecha amistad con los más notables escritores locales (Acuña de Figueroa, Magariños Cervantes, Andrés Lamas, Manuel Herrera y Obes) y había colaborado con los intelectuales argentinos del exilio de 1838 (Florencio Varela, Miguel Cané, Juan Bautista Alberdi), refugiados de la persecución de Rosas contra los «unitarios». El joven Rodó, que había aprendido a leer antes de los cuatro años con su hermana Isabel, conoció en la biblioteca familiar sus obras, las de Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez o Domingo F. Sarmiento, y los grandes periódicos del romanticismo político antirrosista: El Comercio del Plata, El Inciador y El Plata Científico y Literario. A ese influjo estuvo unida su temprana vocación intelectual y su orientación americanista. Rodó manifestó desde su infancia una clara vocación periodística, seguramente alentada por su padre y sus maestros, y entre los nueve y los catorce años él mismo redactó a mano varios periódicos.

Uno de ellos fue El Plata (2 de febrero de 1881), donde ya mostraba su precoz preocupación política, desde la exaltación de los derechos humanos, consagrados por la Revolución Francesa, hasta los ataques contra el dictador Máximo Santos, o un homenaje a la batalla de Caseros, donde había sido vencido el tirano Rosas. Mientras el país sufría la represión de la libertad de prensa, Rodó, matriculado en la prestigiosa escuela laica «Elbio Fernández», publicó junto con otros compañeros Lo cierto y nada más (1883), donde incluyó un artículo sobre Franklin. Ese mismo año lanzaban, Los primeros albores, donde apareció un artículo sobre Bolívar, primer acercamiento al héroe independentista al que dedicará uno de sus mejores trabajos, incluido en El mirador de Próspero.

En los temas y enfoques de estos trabajos infantiles, donde convive el culto a los héroes americanos con la condena de la tiranía y manifestaciones a favor de la independencia de Cuba, se reflejan los ideales liberales y masónicos de los reformadores pedagógicos Varela y Elbio Fernández, basados en la educación de una ciudadanía moderna, culta y responsable, destinada a dirigir la nueva nacionalidad. En 1883, a causa de la crisis económica de la familia, tuvo que abandonar el «Elbio Fernández» y continuar sus estudios en un centro público, donde el crítico y escritor Samuel Blixen fue su profesor de Literatura. Tenía catorce años cuando, al fallecer su padre, tuvo que empezar a trabajar, primero como escribano y luego, desde 1891, como empleado en el Banco de Cobranzas. Estas circunstancias, unidas a su aversión a los exámenes, explican que no alcanzara el título de Bachiller, pese a sus altas calificaciones en Literatura e Historia, y que desde 1894 decidiera formarse como autodidacta».

De «El mundo de José Enrique Rodó», de Belén Castro Morales (Biblioteca Miguel de Cervantes, 2010).

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