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El Profesor Dr. Oscar Guglielmone falleció en 1999, pero su figura continúa iluminando la medicina uruguaya. Fue un médico que logró unir ciencia y calor humano, dos valores que marcaron cada una de sus acciones. Montevideo lo recuerda con una calle en su nomenclátor, mientras que en Salto, su ciudad natal, su nombre quedó inmortalizado en la Escuela Nº 13, gracias a la ley 19.064, promovida desde 2003 por la Asociación de Amigos de la Escuela Pública.


Hijo de labradores italianos, creció en un ambiente de trabajo y fe. Desde la escuela rural hasta el liceo público, su vida fue un continuo esfuerzo que lo llevó a la Facultad de Medicina. Se recibió en 1950 con una escolaridad tan destacada que fue exonerado del “Derecho de Título”. Desde entonces, su vocación por la traumatología se unió a una profunda sensibilidad social.

Según la Sociedad Uruguaya de Historia de la Medicina, en 1967 fue designado Profesor Titular de la Cátedra de Ortopedia y Traumatología, etapa en la que formó escuela con un estilo directo y magnético. Se convirtió en referente latinoamericano en el estudio de la luxación congénita de cadera y el mal de Perthes, tras analizar durante dos décadas los casos de más de 1.400 niños. Sus aportes en prevención fueron pioneros: impulsó el control radiológico sistemático de recién nacidos, antecedente directo de los actuales estudios de ecografía que hoy son práctica obligatoria.

Más allá de la investigación, lo definía su humanismo. Para Guglielmone, la asistencia al enfermo estaba por encima de cualquier interés corporativo. En 1965, cuando era jefe del piso de niños en Traumatología, gestionó mejoras con el apoyo de un programa televisivo solidario. Su visión social lo llevó a impulsar la creación de comités de investigación y docencia en distintas áreas de la especialidad, convencido de que un médico debía profundizar en un área sin descuidar la formación integral.

Uno de sus mayores legados fue el Banco de Prótesis, creado en 1973. La idea nació de su convicción de que las prótesis de cadera —una solución hasta entonces inaccesible para muchos pacientes— debían estar disponibles para todos, sin importar la condición económica. Junto con colegas, logró que los médicos donaran sus honorarios y, tras años de esfuerzo, el proyecto se consolidó con el respaldo del Estado. Esa semilla germinó en la ley 14.897, que dio origen al Fondo Nacional de Recursos en 1980, uno de los hitos más trascendentes de la salud uruguaya. Desde entonces, miles de pacientes han accedido en condiciones de igualdad a tratamientos de alto costo, en cadera, riñón y corazón.

A fines de 1986, ya cerca de los 70 años, vio cumplido otro de sus sueños: el sanatorio propio del Banco de Prótesis, con un centro quirúrgico de vanguardia que hoy lleva su nombre. También promovió la construcción de un albergue para pacientes del interior, convencido de que la medicina no terminaba en la cirugía, sino en el acompañamiento integral del enfermo y su familia.

Su trayectoria fue reconocida en vida con distinciones nacionales e internacionales: Miembro de la Academia Nacional de Medicina en Uruguay y Argentina, Maestro de la Medicina y de la Cirugía. Sin embargo, quienes lo conocieron destacan su autenticidad y la entrega absoluta a sus pacientes. Su frase “el derecho no solo es para todos, sino igual para todos, y ante la salud somos todos iguales” resume el espíritu que lo guió.
Para la Sociedad Uruguaya de Historia de la Medicina, que en varias oportunidades evocó su memoria, Guglielmone fue más que un cirujano brillante: fue un hombre que dedicó su existencia a la ciencia y al prójimo, dejando una obra que trascendió hospitales y aulas para convertirse en patrimonio social del Uruguay.

¿Salto no debería recordarlo y valorar su humanismo?

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