Defender la vida, siempre
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Por Pedro Rodríguez
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Esta semana el Parlamento Nacional votó la ley de eutanasia. Fue un día largo, cargado de nervios y emociones. Se escucharon discursos de médicos, abogados y políticos, pero también testimonios que salían del corazón. Historias de familias, de enfermos, de gente que ha sufrido mucho. Al final, la mayoría levantó la mano y la ley pasó. De 94 diputados, solo 24 votaron en contra. Entre ellos estuvo la salteña Fiorella Galliazzi, que defendió la vida con firmeza. Todos somos elegidos. Miles de óvulos y millones de espermatozoides se perdieron en el camino, y solo uno se unió para que hoy estemos vivos. Eso somos: únicos, irrepetibles. La naturaleza nos juntó para darnos vida. Y entonces surge la gran pregunta: ¿puede el ser humano decidir acelerar el camino hacia la muerte?
Y otra cosa: ¿de verdad este tema se discutió como corresponde? ¿Los partidos lo hablaron en sus internas, consultaron a la gente, escucharon a los militantes? ¿O cada diputado votó solo según lo que sentía? Porque no estamos hablando de una ley cualquiera, estamos hablando de la vida. Y la vida es lo más valioso que tenemos.
Nadie niega el dolor. Todos sabemos lo duro que es enfrentar una enfermedad terminal, ver a alguien que amamos sufrir, escuchar pedidos desesperados. Pero hoy, en el mundo en que vivimos, existen medicamentos y tratamientos que transforman el dolor en alivio. Hay profesionales de la salud que trabajan día y noche para que ese último tramo sea más humano y menos cruel.
Entonces, ¿qué nos toca como sociedad? ¿Soltarle la mano al sentimiento, al amor, a la compañía, y decir que el remedio final es la muerte? ¿O acompañar hasta el último instante, con respeto y cariño, a aquellos que nos vieron nacer, crecer, que nos cuidaron, que nos enseñaron a caminar, a hablar, a enfrentar los peligros de la vida? Ellos nos dieron todo para que podamos estar de pie. ¿No merecen que estemos con ellos hasta el final?
Decir que la muerte es un “medicamento” para la última etapa de la vida suena fuerte, duro, sensible. Pero lo cierto es que ese camino se puede recorrer de otra manera. No se trata solo de vivir más tiempo, sino de vivirlo con dignidad, con amor y rodeados de los nuestros. El verdadero remedio es acompañar. Abrazar en vez de abandonar. Estar presentes en vez de acelerar un final.
Por eso muchos pensamos que este debate no debería quedar solo en el Parlamento. Lo justo sería que lo decida todo el pueblo. Un plebiscito nacional, donde cada uruguayo pueda pensar, opinar y elegir. Porque lo que está en juego no es una ley más: es nuestra manera de entender la vida, de valorar lo que somos, de cuidar lo que nos dejaron los que estuvieron antes.
Ahora la pelota pasó al Senado. Pero gane quien gane, el debate no se termina. Nos seguirá tocando en las charlas con amigos, en la mesa de familia, en el corazón de cada uno. Porque defender la vida es el mayor desafío. Y si la vida es un milagro, ningún dolor —por grande que sea— debería hacernos olvidar lo valiosa que es.
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