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En Salto, en sus barrios humildes o en el campo adentro, todavía viven esos lugares mágicos donde la vida se comparte sin apuro. Son los bares, cantinas y boliches que resisten al paso del tiempo. Refugios sencillos donde se brinda por lo que se tiene y por lo que se sueña. Donde la amistad se sirve en copas y las historias se cuentan sin mirar el reloj.

Allí no se va solo por una bebida. Se va por la charla, por el chisme del día, por el abrazo del vecino, por sentirse en casa. Son espacios donde el tiempo parece detenerse. Rincones de charlas fáciles y risas largas, donde cada trago es una excusa para compartir la vida.

Y siempre hay personajes que se vuelven leyendas. Como Moralito, un hombre que conocí en el barrio Ceibal, en el clásico boliche “Poroto Frediani”. Allí, el fútbol era la excusa, pero el verdadero partido se jugaba alrededor de la mesa. Entre estofados, picadas y copas, aparecía siempre Moralito, con su paso tranquilo y su sonrisa pícara.

Moralito tiene más de 70 años y seguía trabajando de albañil. Un tipo de los de antes: puntual, derecho, y con las manos curtidas de tanto ladrillo y mezcla. Pero lo que lo hacía especial era su espíritu. Siempre tenía una historia, una anécdota, algo que contar. Algunas reales, otras dudosas, pero todas inolvidables.

Decía que había estado en el FUSNA en tiempos complicados del país. Que una vez, en la Ciudad Vieja, entró solo a un local donde se escondían buscados y salió a los 15 minutos… con todos rindiéndose. Otra vez, contó que fue a Japón a enseñar a plantar arroz. Según él, todavía cosechan con su técnica. También fue instructor de vuelo, capaz de raspar el río Uruguay con una avioneta solo para servirle agua a su aprendiz. ¡Un personaje único!

Y no es el único. También está nuestro amigo el popular "Perinola", Andrés, que forma parte del paisaje entrañable del Bar El Vasco,  aunque radicado en Tacuarembó. Pero siempre se hace un tiempito para estar cada uno o dos meses acá en Salto. Con su presencia, su alegría y sus historias, Perinola es de esos que hacen del bar un verdadero lugar de encuentro. Siempre con una sonrisa y una ocurrencia bajo la manga, como quien guarda la vida en el bolsillo de la camisa.

Así es la vida en los bares del interior. Llena de personajes únicos, de historias que se pasan de boca en boca como si fueran tesoros. Mientras exista un boliche con mesa, vaso y amigos, la vida seguirá teniendo ese gustito lindo a copita compartida y charla sincera.

Porque en estos lugares todavía se brinda la vida, y en cada brindis, renace un poco la esperanza.

¡Salud, Salto! Por los bares, los barrios, y por todos los Moralitos y Perinolas del mundo.

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