El país perdió el tren, pero puede y debería recuperarlo
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Por José Pedro Cardozo
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Durante buena parte del siglo XX, el tren fue en Uruguay mucho más que un medio de transporte: fue símbolo de desarrollo, integración y comunidad. En torno a una estación ferroviaria solían nacer pueblos, villas y centros poblados que crecían al ritmo del silbato del maquinista. Las vías de hierro unían al país no solo físicamente, sino también emocional y culturalmente. Sin embargo, ese legado quedó detenido en el tiempo. Las últimas tres décadas estuvieron marcadas por el abandono, la desinversión y la pérdida progresiva de un sistema que alguna vez fue orgullo nacional.
En el litoral, y particularmente en nuestro Salto, ese contraste entre la historia y el olvido se siente con fuerza. Allí, donde el tren fue parte esencial de la vida cotidiana, hoy solo quedan estaciones vacías, rieles oxidados y recuerdos. Lo que alguna vez fue un servicio básico para conectar comunidades rurales se transformó en un testimonio inmóvil del pasado.
Uno de los últimos intentos serios —o al menos con visibilidad política— para revivir el sistema ferroviario se dio hace más de una década, cuando se inauguró el llamado Tren de los Pueblos Libres. Impulsado con entusiasmo por el entonces presidente José Mujica y su par argentina Cristina Fernández de Kirchner, el proyecto prometía reactivar el ramal “El Precursor” que une Salto con la represa de Salto Grande y, desde allí, conectar con la red argentina. La iniciativa, sin embargo, duró apenas unas semanas: solo realizó seis viajes, y una sola vez llegó hasta Paso de los Toros. Concebido más como gesto político que como proyecto sostenible, terminó evidenciando la falta de diagnóstico serio sobre el estado de las vías y la verdadera viabilidad del servicio.
Desde aquella efímera experiencia, en 2011, poco o nada se ha hecho para recuperar los trazados ferroviarios del norte y el litoral. Ni una política pública sostenida, ni una inversión real que apunte a restaurar la red existente. Y sin embargo, el tren sigue teniendo hoy más sentido que nunca. Como afirma el académico Francesc Fusté-Forné, el ferrocarril posee un “potencial comunicativo” único: los viajes en tren permiten conocer paisajes, costumbres y modos de vida que transmiten autenticidad y sentido de pertenencia. En otras palabras, el tren no solo transporta personas o cargas: también comunica identidades.
En los últimos meses trascendió que el Ministerio de Transporte y Obras Públicas estudia la posibilidad de reactivar la conexión ferroviaria entre Salto, Paysandú y Paso de los Toros. Esa eventual reconstrucción permitiría enlazar con el moderno Ferrocarril Central, que hoy opera de forma casi exclusiva al servicio del transporte de celulosa desde la planta de UPM al puerto de Montevideo. Sería una oportunidad de extender un beneficio público a toda la región y no limitarlo a un uso industrial.
El ferrocarril fue, en su tiempo, una herramienta de integración y de progreso social. Entre 1880 y 1907, las compañías inglesas que construyeron los primeros ramales contribuyeron decisivamente a la cohesión territorial del país. Más tarde, visionarios como Francisco Piria usaron el tren para impulsar el turismo, mientras que José Batlle y Ordóñez, al nacionalizar las líneas en 1907, lo transformó en un símbolo de modernidad y democratización.
Recuperar hoy ese legado implica mucho más que reparar vías o pintar estaciones: es una forma de repensar el territorio, el desarrollo y el vínculo entre las comunidades. La red ferroviaria puede y debe ser una plataforma para proyectos de transporte mixto, de carga y pasajeros, pero también de turismo y cultura, donde la historia se viva sobre los rieles.
El tren fue, durante más de un siglo, una forma de habitar el país. Los rieles que atraviesan los campos uruguayos no son líneas muertas, sino trazos de memoria. Su silencio actual duele tanto como el sonido de su antiguo silbato emociona. Porque el patrimonio ferroviario sigue allí, esperando. Y con él, la posibilidad —aún latente— de que Uruguay vuelva a moverse sobre sus propios rieles.
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