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En los últimos tiempos, algo ha comenzado a cambiar en Salto. Así lo expresan vecinos, lectores y amigos que, al igual que quien escribe, perciben un nuevo ánimo en la ciudad. Se nota la presencia de cuadrillas de la Intendencia y de los programas de jornales solidarios en distintos barrios, son barrenderos, podadores y equipos que se dedican a cortar malezas que habían invadido veredas y espacios publicos, deteriorando la panorámica urbana. También es visible el trabajo en calles y avenidas: baches y pozos, que durante años fueron una molestia constante, ahora se están tapando con materiales de mejor calidad, lo que ofrece mayor durabilidad frente al tránsito vehicular.

Este esfuerzo merece ser reconocido y aplaudido, porque representa un paso hacia la recuperación de una ciudad que durante mucho tiempo se vio relegada en su mantenimiento. Sin embargo, no todo brilla como debería. Persisten problemas que, lejos de ser menores, impiden que Salto alcance la imagen que merece. Uno de ellos es la conducta de algunos ciudadanos. Los hurgadores y quienes actúan con descuido, arrojando basura en cualquier lugar, sin reparar en las consecuencias. Cuando los contenedores están llenos —y muchas veces con residuos que no corresponden— se acumulan bolsas en las veredas, quedando expuestas al viento, a los perros callejeros y al deterioro general del entorno. La imagen de una ciudad que se esfuerza por mejorar se ve opacada por estas prácticas que, lamentablemente, parecen haberse naturalizado. No basta con que la Intendencia haga su parte: sin un cambio de hábitos y un compromiso real de la población, no habrá limpieza sostenible.

Otro punto crítico son las veredas. Rotas, con baldosas faltantes o “flojas”, se transforman en verdaderas trampas para peatones, sobre todo para adultos mayores y niños pequeños. Este problema tiene varias aristas. Por un lado, es responsabilidad de los propietarios mantener en condiciones las veredas frente a sus viviendas o comercios. Por otro, cuando ese compromiso no se asume, debería existir una acción correctiva del gobierno departamental, incluso contemplando la posibilidad de incluir estos costos en la contribución inmobiliaria. Una ciudad no se construye solo desde lo macro, como las grandes obras viales, sino también desde lo cotidiano: caminar seguros por una vereda es parte de la calidad de vida urbana.

En este contexto, el desafío para Salto es doble. Por un lado, consolidar los avances logrados en limpieza, mantenimiento y obra, que ya están generando un impacto positivo en la percepción ciudadana. Por otro, fomentar un compromiso colectivo, donde cada vecino asuma que la imagen de la ciudad depende también de sus acciones diarias. No podemos pretender que el esfuerzo recaiga únicamente en la Intendencia; es necesario un cambio cultural que valore el orden, la limpieza y el respeto por los espacios comunes.

Salto tiene la oportunidad de recuperar el brillo que supo tener históricamente. Pero para que ese proceso sea duradero, no alcanza con cuadrillas municipales y jornales solidarios: hace falta ciudadanía activa y responsable. Si logramos ese equilibrio entre gestión pública y compromiso privado, volveremos a ser ejemplo de una ciudad limpia, ordenada y digna de orgullo para sus habitantes.

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