El diagnostico de un triunfador a tener en cuenta
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Por José Pedro Cardozo
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Marcos Galperín, fundador y CEO de Mercado Libre, en el ámbito de la cena anual del Centro de Estudios para el Desarrollo, en Montevideo,emitió un diagnóstico preciso y, al mismo tiempo, propuso una hoja de ruta para el ansiado desarrollo de nuestro país. Algo que nuestra clase gobernante y la dirigencia política, debe atender, porque provienen de un triunfador, que ya hace varios años, eligió vivir entre nosotros.
“El progreso de Uruguay ha sido lento, pero constante desde 2002”. La frase, lejos de ser crítica, reconoce una cualidad esencial del país: su estabilidad, su gradualismo, su apuesta por la previsibilidad. En una región habituada a los sobresaltos, ese mérito no es menor. Pero para Galperín —y para cualquiera que observe el mapa de oportunidades globales— ese paso sostenido ya no alcanza. Uruguay, dijo, tiene “muchísimas oportunidades” si decide avanzar por el camino de “liberar, desregular y abrirse al mundo”.
La afirmación no es ideológica: es una constatación pragmática. El mundo cambia a una velocidad vertiginosa, impulsado por la revolución digital, la transición energética y la reconfiguración de las cadenas globales de valor. Uruguay, pese a su tamaño, tiene ventajas estructurales envidiables: estabilidad institucional, calidad de vida, sistema educativo sólido en su base científica, una inserción internacional amplia y una economía ordenada. Sin embargo, esas fortalezas sólo se transforman en prosperidad sostenida cuando se combinan con un entorno que permita innovar, arriesgar y competir.
Galperín conoce bien los problemas que generó el marco regulatorio. Su empresa, nacida en un garaje porteño, se expandió porque pudo moverse rápido, sin ataduras excesivas, adaptándose a cada mercado. En Uruguay, Mercado Libre encontró talento, confiabilidad y reglas claras. Pero también choca, como tantos otros emprendimientos, con una matriz normativa que avanza más lento de lo que el desarrollo global exige.
El punto no es desregular para desproteger, ni abrir por abrir. Se trata de comprender que las regulaciones sólo cumplen su misión si acompañan el dinamismo productivo, no si lo traban. Uruguay tiene sectores naturalmente competitivos —tecnología, agrointeligente, energías renovables, servicios globales— que podrían multiplicar su escala si se resolvieran cuellos de botella regulatorios y burocráticos que hoy desalientan inversiones o frenan emprendimientos.
Abrirse al mundo tampoco es un eslogan. En una economía pequeña, la única vía para generar crecimiento significativo es conectarse con mercados más amplios. El país necesita recuperar una agenda agresiva de acuerdos comerciales, profundizar su integración en cadenas globales y apostar a la atracción de empresas que busquen estabilidad y talento. La discusión sobre flexibilizar el Mercosur, avanzar en alianzas bilaterales o sumarse a bloques estratégicos no puede seguir postergándose bajo la excusa de la prudencia. La prudencia, cuando se convierte en inacción, termina siendo un lujo caro.
El Uruguay de hoy enfrenta un dilema generacional: seguir administrando el país de siempre, o animarse a crear el país que puede ser. La estabilidad —ese gran activo histórico— no debe transformarse en conformismo. La previsibilidad institucional no está reñida con el cambio; al contrario, lo hace posible. Si el país elige modernizar, simplificar y abrir, lo hará desde una base sólida que pocos vecinos tienen.
Las palabras de Galperín funcionan como recordatorio y desafío. Uruguay puede dar un salto cualitativo si asume una agenda de libertad económica inteligente, capaz de atraer inversión, impulsar innovación y generar empleo de calidad. Ese salto no depende de su tamaño, sino de su decisión. El mundo no espera: avanza. Uruguay tiene la oportunidad de avanzar también, no lentamente, sino con la convicción serena que lo caracteriza.
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