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Argentina llega a las elecciones parlamentarias de medio término en un clima dominado por la incertidumbre y el temor. El gobierno del presidente Javier Milei podría alcanzar cerca del 33% de las bancas en el Congreso, un resultado que el oficialismo celebra como un éxito político, pero que en realidad encierra un peligroso espejismo. Con ese caudal legislativo, Milei obtendría el poder de vetar leyes y blindarse frente a un eventual juicio político, aunque difícilmente logre estabilidad o capacidad de gobierno real.

El problema no radica solo en los números, sino en la fragilidad del entramado político que sostiene al oficialismo. Varias de las candidaturas impulsadas por La Libertad Avanza son testimoniales o improvisadas, lo que anticipa tensiones internas y una falta de cohesión parlamentaria que limitará la acción del Ejecutivo. En la práctica, el poder de Milei podría ser más aparente que efectivo, y el Congreso podría transformarse en un campo de fricciones permanentes.

La irrupción de Trump

El análisis subraya además un elemento inédito: la irrupción de Donald Trump como actor indirecto de la política argentina. No se trata de una relación institucional con Estados Unidos, sino de una influencia personal y económica, canalizada a través del financista Bessent, figura central en los acuerdos financieros del gobierno argentino. Esos vínculos, lejos de fortalecer la gobernabilidad, podrían aumentar la dependencia externa y el riesgo de injerencia política.

El Fondo Monetario Internacional

La gobernabilidad, advertida como clave por la directora del FMI Kristalina Georgieva, parece más lejana que nunca. Los compromisos económicos asumidos por el Gobierno —particularmente los pactos con Bessent y los supuestos préstamos de bancos norteamericanos— carecen de transparencia y están condicionados a garantías que difícilmente se concreten. El préstamo adicional de 20.000 millones de dólares, por ejemplo, no solo requeriría la aprobación del Congreso (que Milei pretende eludir), sino también el aval del gobierno estadounidense. Esa opacidad en la gestión financiera podría derivar en nuevos conflictos institucionales.

La relación con China

Vital para las exportaciones argentinas y la estabilidad del comercio exterior, se mantiene en una ambigüedad preocupante. Mientras Milei alimenta discursos ideológicos contra Pekín, el país depende en gran medida de ese vínculo económico. Cualquier intento de alinearse ciegamente con Washington podría tener consecuencias severas sobre la economía real.

Estabilidad política y libertad cambiaria

A su vez, las supuestas inversiones privadas que promueve el oficialismo carecen de base sólida: los inversores internacionales exigen estabilidad política, libertad cambiaria y reglas claras, tres condiciones que hoy Argentina no ofrece. En el frente comercial, las concesiones norteamericanas —como la apertura marginal de importaciones de carne— son apenas gestos simbólicos, insuficientes para sostener una estrategia económica viable.

Laberinto legislativo

En el plano interno, Milei enfrenta un laberinto legislativo. Reformas profundas en materia laboral, previsional e impositiva parecen imposibles sin un consenso político que no existe. El eventual uso de decretos de necesidad y urgencia para sortear al Congreso sería un error grave, tanto institucional como político, capaz de desatar una crisis judicial y social de gran magnitud.

Salvavidas de plomo

En suma, el futuro político argentino se juega menos en las urnas que en la capacidad del presidente de abandonar el dogmatismo y construir un gobierno real, con diálogo, reglas claras y soberanía económica. De lo contrario, las promesas de ayuda externa podrían convertirse en una nueva forma de dependencia: un salvavidas de plomo que arrastre al país hacia un ciclo aún más incierto.

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