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Un día como hoy, 17 de mayo, moría Benedetti; fue hace dos años. Lo siguiente son algunos muy buenos apuntes, extraídos de una nota más extensa enviada especialmente para Punto y Aparte por el escritor montevideano Alejandro Michelena.

Dos grandes etapas en su obra

Podemos esbozar, a grandes rasgos, dos períodos bien definidos en la producción benedettiana. A cierta altura el escritor sufre un cambio, que se puede interpretar como un parte aguas en el curso de su obra. Lo que tal vez explique más los malentendidos que  se han venido generando en torno a su permanencia literaria.

La etapa más valorizada es la de fines de los años cuarenta, toda la década de los cincuenta y hasta comienzos de los sesenta, donde se ubican los cuentos de Montevideanos –considerados de modo unánime lo mejor de su narrativa–, y volúmenes líricos como Poemas de la oficina y Contra los puentes levadizos, así como sus novelas  La Tregua y Gracias por el fuego.  Los analistas más rigurosos espigan, en estos libros y en esa etapa, lo mejor y lo más genuino del autor.

En los setenta se opera un cambio, al compás de la mayor politización de su escritura. Por ejemplo, los cuentos producidos en el exilio –en general con temática comprometida, de cara a la situación de opresión que se vivía en el Cono Sur–, más allá de la encomiable intención de aportar a la denuncia de lo que estaba pasando en el Río de la Plata, son narraciones que no se sostienen. Que fallan en la estructura; con personajes demasiado esquemáticos. A partir de los ochenta, lo que se resintió más fue su producción poética. Su verso se tornó facilista, reiterativo y complaciente. A medida que los poemas de Benedetti se multiplicaban en posters y tarjetas navideñas, fueron perdiendo en calidad literaria. Lo que sí conservó la producción benedettiana fue el arte de enganchar al lector, de encantarlo con la pericia indudable de un oficio experiente. Con la salvedad que su público había cambiado casi sustancialmente.

Un crítico con válido criterio

Pero la complejidad del fenómeno persiste. Si reparamos en su escritura crítica  –constante a través de los años– su tarea ha sido valorada, por encima de sus textos de ficción y poéticos. Sin considerarlo un crítico excepcional, se reconoce su esfuerzo de trabajo. Benedetti se preocupó de analizar autores que le han interesado desde ‘su lugar’ de escritor, por lo que no es un crítico en toda la extensión de la palabra; pero lo hizo en general con lucidez, metodología y rigor.

Su ensayística más general, por el contrario, ha oscilado desde los textos politizados de los setenta hasta sus últimos libros en la materia, marcados por un vago filosofar en cuanto a la globalización y a los cambios mundiales.

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